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Columna
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Orejas

David Trueba

Daniel Barenboim tiene musical hasta el apellido, que parece inventado por la sección de percusiones al fondo de la orquesta. Ayer, en el Auditorio Nacional, interpretó dos sonatas de Schubert, esa especie de James Dean de la música, que en lugar de dejar un cadáver bonito, prefirió dejar una obra imperecedera pese a morir con 31 años. Vivió deprisa y compuso más de seiscientos lieders, pese a no encontrar jamás el apoyo del público. Otro caso en la historia del arte donde se demuestra que al público no hay que pedirle perdón por el fracaso; sería más honesto que sucediera al contrario. Sobrevivió gracias a las famosas Schubertiadas organizadas por amigos o pagándose comidas a cambio de composiciones, entregado a la bohemia hasta que sífilis y tifus acabaron con él.

Cualquier razonamiento público sobre el futuro de un país no tarda ni cinco segundos en concluir que la mayor inversión reside en educación y cultura. Sin embargo, con la misma facilidad con que se dice, se priman otros aspectos del desarrollo más llamativos en las encuestas y resultados económicos. Así, en nuestro país, a mayor oreja corresponde menor oído. Precisamente de la transformación de orejas en oídos trataba una emisión que cacé en el canal Xtra del Plus, un contenedor exquisito, a veces tan fuera de norma que más que un canal parece un capricho. En el Festival de Salzburgo de 2007 se grabaron unas conferencias magistrales donde Barenboim se adentraba durante tres sesiones en el sonido y su escucha. Le acompañaba la orquesta Diván Este-Oeste, formada por músicos de diversas nacionalidades de Oriente Medio, que ideó junto a Edward Said. En Schoolfor the Ear, o escuela del oído, Barenboim se arremanga para corregir a un joven director de orquesta o entablar diálogo con un turista japonés de risa delirante. Recordé un breve documental, La tierra de las mil orquestas, emitido recientemente en La 2, donde José Antonio Abreu resumía así la grandeza de su sistema de orquestas populares en Venezuela: "Luchamos contra la pobreza material fomentando la riqueza espiritual". Conviene prestar oído a esta utopía armada de flautas traveseras en un tiempo donde los concursos más populares son los concursos de acreedores.

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