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VISTO / OÍDO
Columna
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Paro y sistema

Los datos del paro son malos; incluso muy malos. Las encuestas lo sitúan en segunda posición de las preocupaciones nacionales: la primera es para el terrorismo, y supongo que este orden es más consecuencia de la orientación de los medios generales, que cargan en el terrorismo y escamotean el paro.

El paro no es un fenómeno aislado: se acompaña de reducción de sueldos, supresión de horas, contratos breves, reducción de gajes. Vienen cayendo desde mucho antes del asalto a Nueva York y de su respuesta armada, como las malas cifras de las bolsas; han aumentado en pequeña parte por el daño hecho a algunas compañías, que se compensaría por el beneficio de otras -armamento, seguridad, construcción-; sobre todo, por la utilización para despedir por la situación crítica y por el miedo exagerado.

Forman parte de una economía a la que se ha dado el nombre necio de 'globalización'; este sistema recayó en primer lugar sobre los países más pobres y ahora está comenzando a suceder en el interior de los países medios y ricos, o sea, en Occidente: la riqueza aumenta en los ricos, la pobreza en los pobres. Los resultados que se denominan de inflación, o el movimiento al que llaman recesión, son partes de esta forma de distribuir los beneficios de la técnica y la economía de mercado. Parece absurdo, pero los ricos tienen un mercado de ricos y los pobres tienen el suyo: no compran las mismas cosas ni en los mismos sitios. Las tiendas de Todo a Cien (que es un nombre que ya no responde a su inflación interna) no venden sólo vaciedades, sino productos alimenticios con precios distintos a los de las Tiendas del Gourmet.

Los productos de Hong Kong, de Shanghai o de Taiwan no son los que anuncia la revista Oro y algunas otras que se dedican al consumo mayor. Hay un ciclo que se acentúa entre los países productores de lo barato y sus compradores: la disminución de lo que con otro eufemismo repugnante se llama 'poder adquisitivo' en los países occidentales repercute en los asiáticos o americanos. Los africanos ya no pueden vender ni su sexo, que era lo último que les quedaba, porque es más peligroso que el ántrax.

Las doctrinas policiales que engendra esta globalización que se hace interna hablan de los 'grupos antisistema'. No parece que el intento de utilizar ese nombre haya cundido: se utilizan los de anarquismo, desarraigo, extremismo, agitadores profesionales. Pero el propio sistema tendría que segregar sus modificaciones para salvarse él si fuera realmente un sistema y no sólo una jungla, una explosión de cúmulos.

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