Parodia
Ciertas crisis degeneran en parodia. Las broncas internas en los partidos, por ejemplo, son especialmente propensas a la deriva bufa. Ocurrió en el PSOE, y ocurre ahora en el PP. Una de las características de estas crisis es el diálogo indirecto: nadie quiere insultar públicamente al adversario, ni siquiera criticarle, lo cual genera discusiones pintorescas. Como la que mantienen a distancia Rajoy y Aguirre, emplazándose cada día a aclarar lo que dijeron el día antes y añadiendo a la confusión nuevas parrafadas abstrusas: "Para poder descartarse tienen que darse las cartas y las cartas no se han dado", "nadie conjugó ese verbo hace 48 horas", "quiero estar donde estamos".
Cuando uno de los contendientes habla de "debate ideológico", el asunto ya no tiene marcha atrás: es parodia sin remedio. Si ya es difícil distinguir, desde un punto de vista ideológico, al PP y al PSOE (o a los principales partidos antagónicos en cualquier país europeo), imaginemos un "debate ideológico" interno. Puede hablarse de talante, de prioridades, de estrategia, de agresividad personal. La ideología, que solía ser poderoso instrumento para cambiar el mundo, y es hoy poderoso instrumento para malinterpretarlo, sigue siendo algo más serio que un choque de ambiciones.
Desde un punto de vista ideológico, podría discutirse si conviene mantener el Estado de las autonomías o desmantelarlo, si conviene prohibir la profesión pública de la fe religiosa, o si conviene suprimir el ejército o romper con la UE. Pero en los partidos se habla de otras cosas. En realidad, de dos cosas que son una sola: quién manda más y quién posee mejor tirón electoral. Es todo muy simple. Y, sin embargo, entre el furor de los mariachis mediáticos (no hay partido sin palmeros) y la risa de las frases abstrusas no hay quien se pierda el espectáculo. Un programa como 59 segundos se ha convertido en noticia de portada. Normal. Para solventar el debate ideológico del PP, un minuto es demasiado tiempo.