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Columna
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Portazo

David Trueba

Lo que a los ciudadanos les gustaría, en este tiempo de inquietud económica, es que las disputas partidistas se aparcaran en lo trascendente, donde la confianza como país juega un papel importante. Puede que eso sea imposible por la necesidad tan defendible de que los partidos aspirantes a gobernar disputen con fiereza su posición. Pero el hecho de que en Europa estén representadas en los gobiernos las dos tendencias políticas mayoritarias podría facilitar ese acercamiento. No parece que la crisis, con su ruleta histérica que sacude los mercados, respete el color del partido gobernante y si los socialistas de España ven amenazada su estabilidad financiera, los conservadores elegidos en Portugal no lo tienen más fácil que la coalición de derechas que rige Italia. Ni siquiera la ausencia de gobierno que se prolonga en Bélgica hasta proporciones tragicómicas resulta solución.

Pero me temo que lo que la gente quiere tiene poco peso en las decisiones estratégicas. La unidad de populares y socialistas para invocar el espíritu olímpico en Madrid, pese a que crece el escepticismo convocatoria tras convocatoria, podría servir de ejemplo. Pero como las informaciones del Congreso nos recordaron ayer, la urgencia de Rajoy por convocar elecciones pasa por encima de cualquier alternativa.

Transmitir que el país vive una situación de precariedad favorece el desgaste del Gobierno, pero quizá también lima las defensas del propio Estado en su guerra contra los ataques especuladores. Hoy la renovación del Constitucional o el nombramiento de otro presidente de RTVE tras su dimisión son elementos de disputa electoral, que ridiculizan las ambiciones partidistas frente a los intereses ciudadanos.

Alberto Oliart, nombrado por consenso parlamentario, dimitió sin haber disfrutado de una sola comparecencia donde se recordara el acuerdo que lo nombró, donde se le reconociera el grado de independencia que emanaba, por fin, del Congreso y no del dedazo del partido más votado. Interesaba presentarlo como un eslabón del Gobierno, cuando representaba una higiene histórica en los medios públicos. Su fatiga se entiende y el portazo con el que se despidió puede tener algo del portazo que muchos votantes den a los grandes partidos si siguen sin usar la democracia para otra cosa que competir por los votos.

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