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Análisis:Cosa de dos
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Positivismo

Enric González

La ficción policial moderna es hija del positivismo victoriano. Dupin (Poe), Holmes (Conan Doyle) y Poirot (Christie) son detectives que no creen ni en las hipótesis ni en el azar: la observación y la lógica les conducen siempre a la verdad. Resultan muy reconfortantes en nuestros tiempos, dominados por el azar y la hipótesis.

El mentalista (La Sexta) ofrece, hasta cierto punto, el mismo efecto tónico. La serie se parece mucho a otra que emitió Cuatro, Psych, pero eso es normal: el positivismo no deja demasiado margen a la invención. Como en Psych, y como en los relatos de Sherlock Holmes, el protagonista utiliza su capacidad de observación y deducción para obtener resultados que pasan por mágicos o paranormales. La inteligencia del detective desenmascara al asesino. Y ya está.

El mentalista, de factura muy imperfecta, entretiene sin deleitar.

Lo interesante, ahora, sería crear un personaje que sintetizara la época actual. Un personaje antipositivista que, por lógica (no sé si aún es correcto utilizar esta palabra), debería encarnar cualidades diametralmente opuestas a las de Holmes.

Veamos. Holmes era inteligente, antipático, despreciaba la literatura y jamás hablaba en términos generales. El personaje actual, por tanto, habría de ser simpático, aficionado a la ficción, de inteligencia nada deslumbrante y con tendencia a la vaguedad. Holmes apenas se interesaba por la política: el anti-Holmes sentiría pasión por ella.

¿Qué más? Ah, elemental (la palabra que Holmes nunca le dijo a Watson): puesto que el detective de Conan Doyle era capaz de predecir acontecimientos, nuestro personaje debería gozar de abundante información y, sin embargo, ser del todo incapaz de anticipar sus consecuencias. Por poner un ejemplo, nuestro personaje sólo reconocería una crisis económica de dimensiones apocalípticas cuando dicha crisis le mordiera los tobillos.

Ya tenemos al personaje. Y no creo que sirva de gran cosa: nos ha salido tan poco interesante como un presidente del Gobierno.

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