Randy ve la tele

El cronista musical Luis Hidalgo acertó al transmitir ayer con tanta urgencia como verdad la grandeza del recital del cantautor norteamericano Randy Newman en el teatro Zorrilla de Badalona. Supongo que para arrancarlo de su plácida California y de la espesura de su depresivo carácter hicieron falta un buen fajo de razones y mucha persistencia, que él confesó abriendo el espectáculo con su feroz It's money that I love. Pero los afortunados presentes en el único concierto que hasta la fecha ha dado en nuestro país asistimos a un recital desnudo pero pleno, donde el músico repasó una extensa carrera plagada de canciones irónicas y demoledoras sobre el mundo y sus circunstancias, pero también delicados e íntimos himnos a la melancolía o al amargo trago de la pérdida. Todo siempre bajo un manto de piano de ragtime y las afiladas improvisaciones sarcásticas.
Explicó que la canción que abre su disco de 1974 Good old boys fue inspirada por uno de esos espacios nocturnos de entretenimiento, que en plena segregación racial había invitado al gobernador del Estado de Georgia. "Anoche vi a Lester Maddox en un programa de tele", comienza la canción. Al parecer, el público y el presentador no habían parado de mofarse del líder segregacionista hasta el punto de impedirle hablar. "Si le hubieran dejado explicarse, seguro que el tipo se habría puesto en ridículo él solito, pero me cabreé viendo a toda esa gente que pensaba como yo, pero que se comportaban de una manera estúpida, como si todos ellos tuvieran a alguna familia negra alojada en su casa y eso les otorgara superioridad". Así que Randy Newman compuso Rednecks, un himno en boca de los racistas palurdos del profundo Sur, una canción pegadiza y grotesca, pero con un filo más complejo del que muchos trascendentes iluminados alcanzan con su epidérmica profundidad de artista comprometido. Un regalo de ironía frente a la paradoja social, un zarpazo al biempensante altivo. Me gusta la manera de sentarse a ver la tele de Newman, entendiendo que las ideas con las que simpatiza tienen que expresarse con inteligencia, sin perder jamás el respeto al que piensa distinto. Quizá su humor se alzaba ya entonces como precaria agarradera ante la soledad y la sobredosis de gregarismo.
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