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Columna
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Reyes de papel

Carlos Boyero

Conmemorando el primer aniversario de la defunción de aquel señor negro al que su piel le creó insalvables problemas mentales, empeñado grimosamente en transformarla en blanca, informan del portentoso negocio que supone la necrofilia. Michael Jackson llevaba mucho tiempo en la ruina. Entre otras razones de ese ocaso económico, debía de salirle carísimo comprar el fenicio silencio de los progenitores de esos amados niños que compartían su cama y aliviaban su soledad. Pero que la sobredosis se cebara con su esquelético organismo ha servido para multiplicar la venta de sus discos, crear una inagotable mercadería con su exótica personalidad, avivar la codicia testamentaria de los buitres, convertir en dólares todo lo que guarde mínima relación con el ilustre fiambre.

Repiten incansablemente que Jackson era el rey del pop. También etiquetaron con honor tan enfático a Elvis Presley en el rock. Qué atávico respeto sienten hacia lo que representa el término realeza los presuntamente iconoclastas enamorados del rock y del pop. Detesto la imagen de ambos reyes, del demencial hortera Presley (tampoco me fascinaba el encuerado con tupé) y del sofisticado zombi Jackson. Y, por supuesto, no me ocurre eso con su música. Con parte de su música. Sigo escuchando algunas canciones inmortales de Presley y reconozco la brillantez de Thriller y Bad. Pero me aparece una mueca de asco cada vez que observo a sus idolatrados autores.

El documental This is it recoge los ensayos del espectáculo que iba a exhibir Jackson en los 50 conciertos de Londres. La prima donna parece tener energía, ideas, celo, ilusión por despedirse a lo grande de los escenarios. Esta liviana especie de All that jazz, a diferencia de la perturbadora película de Bob Fosse, solo muestra el anverso amable de un creador preparando su obra magna, pero no las miserias, la angustia y el miedo del artista que sabe que le está rondando la muerte. Músicos, bailarines, diseñadores y técnicos confiesan amor incondicional hacia su legendario jefe. Todo pretende ser imaginativo, tridimensional, armónico y guay. En el nuevo espectáculo, a alguien se le ha ocurrido el disparate de introducir a Jackson en las películas de Bogart. Imagino la expresión de este y el cianuro que saldría de su desdeñosa boca si llega a cruzarse con el rey del pop.

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