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A la parrilla
Columna
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Saeta

Juan Cruz

El fútbol le hizo ayer un homenaje a Alfredo di Stéfano. La televisión tendría que haberle hecho otro hace muchos años. El presidente del Madrid dijo que se hizo de Di Stéfano por la radio, ahí se lo imaginó. La tele lo hizo hombre y habitó entre nosotros como el mejor futbolista de todos los tiempos. Gente así le dio sentido al invento. Era la velocidad y el arte del fútbol, una imagen que se desplazaba por el campo como un ojo. Para futbolistas como él nacería luego la moviola, la repetición instantánea de una gloria fugaz, o de un desastre.

El fútbol parecía inventado para acoger a un tipo como Di Stéfano, y aunque él llegara mucho antes, su presencia justificaba el fútbol por televisión. Luego ese deporte ha dado muchas vueltas y mucho dinero, pero saber que estaba, en la radio, en la incipiente televisión, justificaba el entusiasmo que el fútbol desató en los que querían imaginárselo o verlo.

Ayer Di Stéfano volvió a comerse la cámara. Ya viejo, con su bastón, pero caminando con cierta destreza hasta el lugar en el que iban a entronizarlo, acaso a su pesar, La Saeta Rubia de otros tiempos apareció en la pantalla -vi su imagen en dos informativos, el de la Cuatro y el de La Uno- driblando la solemnidad, metiéndole un caño a los sacerdotes de la pedantería, burlándose de sí mismo y de su propia leyenda. "Ahora me toca", y se puso a leer -"perdón porque esté leyendo"- unos folios que se saltaba con la vergüenza propia de un colegial, porque temía aburrir.

Ésa era su esencia, no aburrir. El fútbol estaba hecho para que el ojo no descansara, y con ese mismo criterio, que es televisivo, afrontó la pesada tarea de hablar en público. "Me río por no llorar", dijo Di Stéfano. Después de él vi a un chico recogepelotas que habían echado del campo por darle la pelota a un contrario -Messi, en el Zaragoza-Barça-. La gloria del fútbol y luego la miseria. Para eso está la tele, para marearnos a contradicciones.

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