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Columna
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David Trueba

Mirar es elegir desde dónde mirar. Antena 3 emitió un reportaje que recordaba la matanza terrorista en la casa cuartel de la Guardia Civil en Vic al cumplirse 20 años. En Mientras los niños jugaban, las víctimas guiaban la mirada emocional e indignada. Cuando irrumpían las palabras en el juicio de uno de los terroristas que sobrevivió a la detención que se produjo horas después, su ausencia absoluta de empatía por el dolor volvía a herir a la razón.

Fernando Aramburu, en los cuentos de Los peces de la amargura, retrató el doble castigo de las víctimas del terrorismo. Por un lado el daño literal y por otro la propina añadida de la incomprensión social, de una especie de estigma que ha llevado consigo ser víctima de un suceso tan ideologizado. Acaba de publicar una serie nueva de cuentos que escarban en la herida. En El vigilante del fiordo las armas de su humor a ratos negro, a ratos tan blanco como la luz, ayudan a comprender el lado más débil del hilo de la violencia.

Estos días Canal + emite los tres episodios de hora y media que componen el retrato de Carlos, el terrorista que más tinta y celuloide mereció en su época. El director, Oliver Assayas, nos sitúa perturbadoramente cerca del personaje. La audacia de los golpes traslada al espectador a ese otro lado, porque la acción en imágenes es un color que lo tiñe todo de adrenalina y pasión. Al ver batirse a alguien contra el orden y la lógica es fácil sentir admiración, pese a la falta de encanto de la realidad. Por eso la conclusión de la serie necesita degradar al macho latino, mostrarlo como el juguete roto de las naciones en conflicto, mercancía incómoda y gastada, que los servicios secretos franceses conducen a una cárcel donde el olvido lo devora como las polillas mientras recuerda los años en que forzaba a los Gobiernos a negociar e intercambiar rehenes. Uno de los juristas que se ocupó del caso, Jacques Vergés, lo cuenta en El abogado del terror con ladina ironía. Ese documental muestra el terrorismo desde una barrera aún más incómoda y desasosegante que la militancia o el dolor.

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