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Columna
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Telepoder

David Trueba

La dimisión de Berlusconi está bañada en la misma atmósfera guiñolesca que su largo mandato, asentado bajo la admiración que provoca la riqueza económica en nuestra sociedad adicta al éxito. Los muchos votantes de Berlusconi permanecieron en zona de sombra, sin expresar públicamente su apoyo. Pero entre políticos cada vez más alejados de la realidad y más enfangados en su propio teatro estéril, Berlusconi garantizó los Gobiernos más estables de la historia reciente italiana. Ese mérito acabó por ganarle la defensa cerril de muchos ciudadanos, que se negaban a ver en sus pleitos y escándalos judiciales otra cosa que una persecución siempre fallida de opositores incapaces de derrotarle en una elección.

Como siempre sucede cuando alguien poderoso y temido es mirado con la perspectiva del tiempo, para las generaciones futuras será difícil entender estética y moralmente cómo la representación política de un país tan maravilloso cayó en manos de un personaje tan grotesco. Sus retoques e implantes, incapaces de detener una decadencia evidente, le convirtieron en una especie de Frankenstein agalanado a dieta de viagras. Como buen alumno salesiano, Berlusconi tenía don de gentes, espíritu risueño, afición al espectáculo y ganas de fiesta. Sus reuniones de conejitas pagadas con bisutería y prebendas tenían algo de jueguito de las prendas para una gerontocracia tan viciosa como envidiada.

Pero a Berlusconi no se le puede entender desvinculado de un negocio televisivo que le enriqueció y le dio un poder popular asombroso. Desde el imperio Mediaset controló el Canal 5, Rete 4 e Italia 1 en su país, pero también teles en China, Magreb o Serbia, además de Telecinco, Cuatro y un 22% de Digital + en España; dueño de un tercio del negocio editorial italiano, la productora de películas Medusa y filiales de contenido televisivo utilizadas como satélites clientelares de sus propias cadenas. Con una sabia sustitución de la revista tan popular en teatros y del cine de comedia masiva, con el Milan de fútbol de trampolín, a partir de finales de los setenta sus canales ganaron los salones del pueblo con una propuesta estética que como corolario lo alzó a la cima política. Porque la sociedad y sus políticos terminan por ser siempre reflejo del entretenimiento popular y no viceversa.

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