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Cosa de dos
Columna
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Tiempos

Enric González

Amar en tiempos revueltos, el exitoso culebrón de sobremesa de TVE, se especializa en retorcer a sus personajes. Alicia llegó muy espabilada del exilio francés y luego se convirtió en una pazguata. Hipólito Roldán, el prometedor "camisa vieja", empezó por violar a su hija, se dio a la bebida y ahora, muy probablemente, ni siquiera va a misa. Los listos se vuelven tontos; los buenos, malos. La intriga bélica original se complica con cada nuevo personaje, el guión encalla en cada meandro de la posguerra, y, llegados a este punto (la cuarta temporada ya en preparación), uno puede esperar cualquier cosa de los personajes.

La tortuosidad argumental forma parte de la esencia de todo buen culebrón, cierto. Cuanto mejor es el culebrón, más dura. Y cuanto más dura, más se embrolla el argumento. El arquetipo del culebrón europeo es Coronation Street, que se emite en el Reino Unido desde 1960: ningún telespectador, y quizá ninguno de los guionistas, es capaz a estas alturas de enumerar con un mínimo de exactitud los pequeños detalles biográficos de los habitantes de esa calle de los suburbios de Manchester. Todos se han peleado con todos, todos se han enamorado de todos. No se puede pedir coherencia durante 48 años. Ni al mismísimo Ken Barlow, el único personaje que aguanta el tipo desde la primera temporada. El actor que lo interpreta, William Roache, ha dedicado su vida a hacer de Barlow, y admite que no podría hacer un resumen comprensible de su vida de ficción.

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En el caso de Amar en tiempos revueltos, sin embargo, el fenómeno de los personajes desmadrados y las peripecias inverosímiles podría interpretarse como puro hiperrealismo. Al fin y al cabo, se habla de España, un país tan sobrado de todo que sus dirigentes pueden perder el tiempo en reinventar la historia y en defender la actuación de los suyos (casi siempre indefendible) durante la Segunda República. Con algunas excepciones, pocas, aquella época de revolucionarios ineptos y golpistas casposos fue un desastre colectivo. Y lo que siguió fue un asco.

Cada vez que un político, de la izquierda o de la derecha, reivindica a sus progenitores ideológicos, me lo imagino con la cara de Hipólito Roldán. Y encaja perfectamente.

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