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Columna
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Tiros

David Trueba

La rara clarividencia del azar ha querido que la puesta en marcha en España del programa que garantiza la baja laboral con sueldo para los padres de niños con enfermedades graves coincida con el atentado contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords en Tucson. Nada más lejano en sentido y geografía que los disparos de un desequilibrado envenenado de odio y un plan de ayuda estatal para ciudadanos que luchan con la grave enfermedad de un hijo. Y sin embargo he ahí un buen ejercicio de relación.

Gabby Giffords, como buena liberal de Arizona, defendía la posesión de armas y, por más que se opusiera a la dura ley de inmigración puesta en vigor en su Estado, defendía restricciones fuertes para la emigración y un exhaustivo control de fronteras. Es su apoyo a la reforma sanitaria de Obama el agravante mayor que ya antes atrajo a un tipo armado a un acto suyo y culminó este fin de semana con los disparos a la puerta de un supermercado.

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No sería justo concluir que el criminal pudiera estar impulsado por las fervientes ideas del Tea Party o por los mapas con diana incluida donde la peleona Sarah Palin señalaba a los demócratas que había que sacar de la carrera por el Congreso, como sucedía en el feudo de Giffords. Pasó en Olot hace pocas semanas, cuando muchos señalaron al Gobierno como culpable de que un desesperado ciudadano matara a sus empleadores con la escopeta de caza. Luego hemos sabido que el tipo tenía más dinero en la cuenta que Francisco Camps, al que la presidencia de la Comunidad Valenciana salva a diario de la mendicidad.

No, no es justo sacar conclusiones precipitadas. Los conservadores norteamericanos se han volcado en condenas razonables y tienen presente que el atentado fascista de Oklahoma en 1995 jugó contra sus intereses electorales como un maldito bumerán. Lo doloroso es comprobar cómo una reforma sanitaria puede zarandear los principios ideológicos de un país hasta enfrentar violentamente a los ciudadanos. Mientras que en un país más pequeño y sin importancia ni tan siquiera se celebran los avances en el bienestar familiar que un sistema sanitario público logra, demasiado ocupados de deshacer todo lo bueno que gozamos bajo el fragor de la crisis financiera.

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