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Cosa de dos
Columna
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Trabajo

Ya saben lo que está ocurriendo en France Télécom: 23 de sus trabajadores (unos 100.000 en total) se han suicidado desde principios de 2008. La cifra no es una barbaridad, ya que, según la Organización Mundial de la Salud, en 2008 se suicidaron 26 franceses de cada 100.000 (y nueve francesas de cada 100.000), pero se ha generado un enorme debate en torno al asunto.

El suicidio es algo muy personal. Dejémoslo al margen.

Sí se pueden sacar algunas conclusiones a partir de los testimonios de empleados recogidos por Le Monde y otros diarios franceses. France Télécom era una empresa pública con 140.000 funcionarios; desde su privatización, en 1990, y la pérdida del monopolio en telecomunicaciones, en 1998, ha experimentado una transformación profunda. Antes la prioridad no consistía en ganar dinero, sino en crear una infraestructura telefónica y en producir tecnología; ahora se ha reconvertido en empresa de servicios y el beneficio está por encima de todo.

En la empresa quedan unos 70.000 trabajadores "antiguos" (funcionarios) y el resto, los nuevos, carece de privilegios. Es muy curioso comprobar que quienes soportan mal la situación son "los antiguos". Sin generalizar, la presión por la rentabilidad ha convertido a muchos jefes en tiranos y a muchos empleados de base en mártires vocacionales, a los que se les abre una úlcera cada vez que se habla de traslados o cambios de horario. Los "antiguos" tienden a calificar como insufrible la actual situación. Los "nuevos", fácilmente despedibles y fácilmente trasladables, vienen a decir que France Télécom, con su poderoso comité de empresa, es, en comparación con otras empresas, un lugar bastante cómodo.

No sé ustedes, pero yo, que soy un "antiguo" en este periódico, con mis trienios, mis pagas y mi indemnización en caso de despido, soporto cada vez peor que existan dos clases de trabajadores. No tengo ganas de perder mis derechos, pero tampoco considero admisible que los de la otra clase, en general más jóvenes y mejor preparados, tengan que resignarse al contrato-basura, el sueldito y la amenaza permanente. ¿No hay que reformar el mercado de trabajo? ¿Hay que dejarlo para siempre así?

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