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Columna
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Tres caídas

David Trueba

Las campanadas confirman la calidad de señal institucional de la que aún disfruta TVE. La gente recurre a ella como haría en caso de terremoto, con confianza mayor que la que deposita en otras empresas. Pero cada vez más, el rabillo culpable del ojo se inclina hacia las propuestas de Telecinco, que no guarda recato en momento tan señalado. Lanza un mensaje de regodeo y fidelidad a lo que conforma su marca. Marca que ha generado una población que la sigue, como una prolongación de su propia calle, trasladándose a vivir en un mundo donde los personajes de turno son más importantes que muchos familiares cercanos. El negocio exige que haya ejercicios donde toque dar caña y machacar a esos personajes y otros donde prime limpiarlos y darles esplendor, con académica devoción.

A nadie le extraña pues que los Pantoja utilicen esa concesión privilegiada, en plenas campanadas de Año Nuevo, para abrir en canal su intimidad y provocar el orgasmo del respetable, que ve premiada su curiosidad con poder traspasar las líneas de la vida privada ajena. Entregarle a su hijo la cadena de oro con la imagen del Cristo de las Tres Caídas, reproducción portátil de la talla policromada del siglo XVII atribuida a Marcos Cabrera, es una concesión a los espectadores, un poco como posar en ropa interior. Son momentos de gran emotividad interpretados en público en un ejercicio de prostitución sentimental imbatible.

Pero han de situarse en su correcto contexto. Los Pantoja son utilizados como piezas de caza en los safaris. El espectador los mira como los cazadores se extasían en mitad de la sabana al localizar un elefante o un león. Reconocen su grandeza única, pero ambicionan levantar el fusil y poner la piel a los pies de su cama. Lo vemos en los paseíllos judiciales donde gritar improperios nace parejo al sentimiento de adoración. El hijo aún ha de tener mucho cuidado en no exprimir a demasiada velocidad la simpatía nacional. Ha consumido en tres semanas de romance lo que antes daba para tres años de paseíllo recaudador por revistas y programas. Signo de los tiempos, todo va acelerado. Como buen país pequeño, España consume famas como peladillas. Y a todo alzarse le corresponden tres caídas.

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