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Columna
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El crimen

David Trueba

Nada hay más atractivo para la ficción contemporánea que el crimen. El crimen explica el mundo de una manera sencilla. Junto al amor, es la metáfora favorita para contener en un relato lo universal. Puede que todo fuera distinto si apreciáramos con más ahínco lo que la ficción puede decirnos de la educación de los hijos, la formación ideológica o el proceso de envejecimiento, pero allá donde se ponga un crimen, que se quite lo demás. Se está produciendo un fenómeno inhabitual en la televisión española. La Sexta y Fox emiten la versión norteamericana de The killing y AXN ha recuperado la original danesa Forbrydelsen, que también significa crimen pese a su sonoridad inédita para nosotros. Si alguien quisiera comparar, lo que llamaría su atención es la similitud. Como ya ocurrió con la versión norteamericana de la preciosa película de vampiros sueca Déjame entrar, la fidelidad se convierte en la primera declaración de admiración de los rehacedores de EE UU. Dejada constancia de sus buenas intenciones, pasan a poner la gorra del negocio recaudador, donde son maestros universales.

La serie danesa resultó ser una pieza maravillosa de observación social. Cada capítulo sigue uno de los veinte días de investigación y plantea un falso culpable por jornada. En cada episodio las pistas apuntan hacia alguien y el mecanismo de investigación monta y desmonta su culpa. Por ahí pasan familiares, políticos, amigos, profesores, amantes y desconocidos. Eso es lo que tiene el crimen cuando está bien planteado, presenta al universo con todas sus posibles cargas de responsabilidad y sospecha.

La serie norteamericana sigue la pauta marcada. Pero en ella el frío y la desolación de Seattle tienen algo de forzado, trabajado. Los personajes son menos cotidianos y costumbristas, son más estilizados y distantes. La serie danesa transmite el frío de una manera no provocada, los paisajes no parecen ni tan elegidos ni tan distintivos. Finalmente, queda una sensación flotante, la de la pérdida de raíces. Ninguna de las dos versiones merece otra cosa que la curiosidad y el seguimiento fiel, pero la norteamericana no alcanza a enraizarse en el paisaje, a contar la vida real, como la serie danesa logra dentro de su mecanismo de puzle investigativo siempre incompleto y frustrante.

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