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Columna
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El horror

Por razones incomprensibles no había visto nunca la evocación, reconstrucción, retrato de un infierno terrenal con proporciones sobrenaturales que perpetró la nación más alfabetizada de Europa titulado Shoah. Tuvo un estreno casi furtivo en una sala de Madrid en 1988, me llegaron noticias de algún pase de ella en el Instituto Francés, TVE la ha exhibido varias veces. Imperdonablemente, se me escapó. La acaban de editar en DVD. Dura nueve horas y media. Es de las experiencias más brutales que he tenido en mi vida de espectador. Puede alterarte el sueño, te desasosiega volver a ella si no la has visto de un tirón, se incrusta dolorosamente, otorga incontestable realismo al arranque del poema de Neruda: "Sucede que me canso de ser hombre".

Habla del Holocausto, del crimen masivo más espeluznante de la historia, de una planificada monstruosidad que sus autores denominaron la solución final. Shoah desmiente esa certidumbre tan extendida de que una imagen vale por mil palabras. No aparece ni una sola imagen de archivo. Tampoco necesita música para subrayar o potenciar las emociones. Sólo necesita un millón de palabras, expresadas en hebreo, yiddish, polaco, alemán, inglés y francés (doblar este testimonio equivaldría a descuartizarlo), sin la menor intención de enfatizar o interpretar, para que los receptores sintamos un permanente escalofrío. Son los testimonios de algunos hombres y mujeres que lograron el milagro de sobrevivir a los campos de exterminio y tener fuerza para rememorar el espanto. También de polacos que fueron testigos de cómo arrasaban a sus vecinos judíos en Treblinka y en Auschwitz (la tesis del director Claude Lanzmann de que no hubo inocentes entre los mirones y su aviesa metodología para demostrar que el antisemitismo estaba arraigado en esos campesinos envidiosos y rapaces, es lo más discutible de Shoah) y del alucinado recuerdo de algún soldado alemán. La cámara recorre una y otra vez los escenarios del genocidio, se adentra en los hornos crematorios, en las cámaras de gas, en las fosas. Las sensaciones que te provoca son extremas. Pasmo, miedo, indignación y piedad. Te revuelve el cuerpo, el cerebro y el alma.

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