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Columna
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Hasta luego

David Trueba

Los acampados abandonaron las plazas públicas con la misma razonable disposición con que las tomaron. Han soportado en estos días la pinza habitual. Protestas de los comerciantes, que veían perjudicados sus negocios. También el desprecio teñido de superioridad de los que decían que eran ingenuos o soñadores, como si no fuera eso lo que los hacía más necesarios. Y aún más dañino, resistieron a los que quisieron alabarlos para alabarse a sí mismos, cargados de sus habituales yo ya lo dije. Hasta Rodríguez Ibarra les otorgó su bendición. Los políticos en la jubilación se descubren mucho más reformadores, radicales y modernos cuando el poder está en manos de otros, un poco a la manera de Gloria Swanson cuando en Sunset Boulevard sostenía aquello de "yo sigo siendo grande, son las películas las que se han hecho pequeñas".

Se van hasta con un gordo de la Primitiva, pero no es un adiós sino un hasta luego, porque pervive lo que les unió, la tremenda insatisfacción al ver el poder político incapaz de erigirse en salvaguarda de los ciudadanos. Ha coincidido su retirada temporal, tras aguantar el mes de junio más lluvioso de los últimos años, con el final de otra acampada. La de los jueces del Constitucional. Al dimitir tres de ellos lanzan un mensaje necesario y directo a la incapacidad de los dos partidos para alcanzar acuerdos de Estado. Algo tan necesario para la higiene nacional como la renovación parlamentaria del tribunal estaba anquilosado por el bloqueo partidista. Un ejemplo de cómo cualquier institución es salpicada por el enconamiento.

Se equivoca Dolores de Cospedal al recordarles con oportunismo que podían haberse ido antes de la sentencia que autorizaba a Bildu a concurrir a las elecciones. Se entiende el deseo de sacar réditos al penoso comportamiento en la toma de posesión de algunos Ayuntamientos vascos. Pero es ese intento de exprimir a los tribunales para el electoralismo cotidiano lo que ha dañado al Poder Judicial hasta su desprestigio actual. No se cubrían ni las bajas de los fallecidos por falta de colaboración política, como si el Real Madrid jugara con 10 desde la muerte de Juanito, porque el presidente y el entrenador fueran incapaces de llegar a un acuerdo para cubrir la vacante.

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