Las protestas
La comparecencia del día siguiente en televisión de Nick Clegg, socio de Gobierno de David Cameron, fue un gancho directo a la mandíbula de la coalición. Afirmar que Reino Unido salía debilitado de la jugada del primer ministro aumentó la tensión local tras la cumbre europea. Para contrarrestar el peso que las opiniones de Clegg pudieran tener sobre la opinión pública, el periódico Times, del grupo Murdoch, en apenas unas horas, difundió una encuesta que reflejaba que esa supuesta opinión pública estaba mayoritariamente de acuerdo con Cameron y, por si no era suficiente, le recordaba a Nick Clegg que apenas un 17% de sus votantes coincidían con su europeísmo.
Ayer la revista norteamericana Time elegía como persona del año a The protester. Para traducir al castellano ese poderoso concepto, habría que recurrir a llamarlo El protestón, pero sería asumir un tono despectivo, propio de un país donde hasta los diccionarios son sumisos con el poder. Para el editor jefe, Richard Stengel, que se tuvo que defender toda la jornada de la gran parte de los medios que consideraba desacertada la elección, bajo esa protesta caben desde las revueltas antiautoritarias de la primavera árabe hasta la iniciativa de ocupar las calles de Wall Street, o incluso el movimiento Tea Party, muestras todas ellas de que la ciudadanía puede incidir sobre el poder político por el mero hecho de organizarse y alzar la voz.
Muchos confiaban en que la portada fuera a parar este año al difunto Steve Jobs, pero no somos pocos los que pensamos que ya basta de sumisión a los valores del éxito y el triunfo económico. Además, el curso pasado fue elegido hombre del año Marc Zuckerberg, cuya supuesta película crítica terminó de convencer hasta a los escépticos de la relevancia, quizá también supuesta, de su invento Facebook. En su día fueron personas del año para Time los ordenadores, así en general, o la mayoría silenciosa, nada menos. Ahora sería la mayoría ruidosa o indignada. La relevancia de la protesta no va sino a aumentar en 2012, donde se cocinan reformas que atentarán contra conquistas portentosas en la organización social. Al menos lo harán, aunque no sean escuchados, con el aval de la portada de la prestigiosa revista Time.
