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Columna
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¿A quién le importa?

Carlos Boyero

La democrática decisión sobre quién iba a ser el responsable de sacar de las merecidas cenizas al partido que pretende representar a la izquierda mayoritaria (parece una broma, pero ellos insisten en que esa es su ideología) y que ha ocupado abusivamente durante toda la semana las portadas de los medios de comunicación debería ser ambientada en su banda sonora con aquella canción titulada ¿A quién le importa? que gorgoteaba esa cansina profesional de la modernidad llamada Alaska. No hay duda de que suceso tan trascendente poseía capacidad para provocar angustioso insomnio a los delegados que iban a votar y a la gente que mantendría su trabajo o encontraría uno nuevo a partir de ese congreso.

Es comprensible que también preocupara el resultado al PP, en función de que el futuro conductor del decaído ejército rival les pareciera peligroso o inocuo para sus intereses, pero es altamente dudoso que el ciudadano común, sobre todo los que han perdido lo poco que tenían, sintiera la menor curiosidad por saber si la civilizada batalla interna del PSOE la iba a ganar Rubalcaba o Chacón.

Admitiendo que los líderes de la política precisan mayoritariamente ejercer la interpretación, que hay entre ellos actores y actrices poderosos y otros grisáceos o de un solo registro, pero que suplen esas carencias con su habilidad para mantenerse siempre cerca del poder, me ha sorprendido la interpretación de Carme Chacón en el último mitin de su campaña. Esa dama de voz gangosa y gesto grotescamente marcial cuando se dirigía a los ejércitos, aparece vestida de simbólico rojo y habla y gesticula con el desgarro de Ana Magnani mientras exclama: "Hay que cambiar de rumbo y dejar que pase la historia". Su esfuerzo histriónico ha sido inútil. Ha ganado el corredor de fondo. Todos los delegados de esa gran familia le aplauden. Imagino que el chirriar de dientes de los perdedores va por dentro. A lo peor, algunos pierden su excelente empleo. O montan otro negocio, como la tal Rosa Díez.

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