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Reportaje:ópera

Lujo y cultura en la patria de Mozart

Salzburgo se convierte en capital mundial de la música gracias a su festival de verano

No puede presumir de tener siete colinas como Roma, pero sí de ser la ciudad de los siete festivales. El más conocido y espectacular es el de verano, que combina con envidiable desparpajo la alta cultura y el lujo de la buena vida hasta final de mes. Todo es posible en el refinado agosto austriaco de Salzburgo. Vanessa Redgrave lee poemas en torno a Guantánamo y Gérard Depardieu cocina en el restaurante del Hangar 7 del aeropuerto. La formidable mezzosoprano Christa Ludwig recibe un homenaje en su 80º cumpleaños y el premio Nobel turco Orhan Pamuk (invitado literario del festival junto al búlgaro Dimitré Dinev) llena un teatro hasta la bandera con un apasionante diálogo con Hans Belting sobre la globalización de la mirada -al módico precio de 40 euros.

Todos los artistas, hasta los más consagrados, dan lo mejor de sí en Salzburgo

Las óperas de repertorio se cotizan en taquilla a 370 euros la butaca. Las localidades sobrantes, si hay, son muy pocas. Claro que es posible consolarse con los extraordinarios músicos que tocan en la calle por unas monedas: desde cuartetos rusos que recrean con instrumentos típicos a Strauss o Mozart hasta guitarristas o acordeonistas versionando a Piazzolla o Händel. Si tampoco este plan convence, en una pantalla gigante se proyectan cada día al aire libre retransmisiones históricas (o correspondientes a esta edición) del festival. Y siempre queda rastrear las huellas de Stefan Zweig o Thomas Bernhard.

La programación es apabullante. Por la variedad de las propuestas y por su calidad. Un triunfo para un artista en Salzburgo es tan importante como el de un torero en Las Ventas. Todos dan lo mejor de sí, incluso los consagrados. La Filarmónica de Viena es la orquesta de la casa, pero este año vienen los venezolanos de Abreu y Gustavo Dudamel a dar un toquecito de color. También comparece la formidable Orquesta de Cleveland a echar un pulso a la Filarmónica de Berlín. Aunque el rey de los directores es Riccardo Muti. Dirige un par de óperas (Verdi y Mozart) además del Réquiem alemán, en homenaje a Karajan en su centenario.

Pero Salzburgo es mucho más que su música -entre las óperas, El castillo de Barba Azul, de Bartók, con Eötvös y Johan Simons; y en lo contemporáneo, los nueve conciertos dedicados al siciliano Sciarrino-. Las señoras visten con más elegancia que en cualquier lugar, hay media docena de restaurantes michelinados, bellos paseos por la naturaleza y ambientes para gustos clásicos y modernos. A precios de emires del petróleo, eso sí. Tal vez por ello la ciudad está llena de turistas árabes. Ni los japoneses les hacen ya competencia. ¿Y los españoles? Representan el 2,2% del turismo, que no es ninguna tontería.

Y menos aún, si se atiende a los números totales. Entre los siete festivales, Salzburgo (150.000 habitantes) recibe 970.000 visitantes al año, según el Ayuntamiento. Una cantidad en la que las otras seis citas, de lo más variado, suman lo suyo. Está la Mozartwoche, alrededor del nacimiento de Mozart el 27 de enero. En marzo es el turno de lo contemporáneo de las músicas del mundo. La próxima edición se inaugura con obras de Mauricio Sotelo con figuras del cante, como Arcángel, Cañizares o La Moneta, para poner un poco de chispa entre tanta seriedad. En Semana Santa es el Festival de la Filarmónica de Berlín, creado por Karajan, que continuará aún un par de años con El anillo del nibelungo, de Wagner, dirigido por Simon Rattle.

Después llega, en Pentecostés, el Festival Barroco, dedicado a la música napolitana. Es la hora sentimental Muti, después de años de atrevimiento (con excusa de una lectura literal de barock -barroco, en alemán-, se alternó a Monteverdi con el heavy). ¿Y tras la explosión de agosto? El frío, el jazz y las músicas de Adviento. Pero eso es otra historia.

Marina Poplavskaya, como  Desdémona en <i>Otello</i>, que se ha estrenado en el Festival de Salzburgo con dirección musical  de  Riccardo Muti.
Marina Poplavskaya, como Desdémona en Otello, que se ha estrenado en el Festival de Salzburgo con dirección musical de Riccardo Muti.EFE

Electrizante Muti

No es Verdi un autor excesivamente representado en los festivales de verano de Salzburgo y prueba de ello es que una obra maestra como Otello no subía a escena desde 1972. Riccardo Muti ha tomado el relevo y ha dejado en el aire una lectura portentosa con una galvanizada Filarmónica de Viena. Se comprende -y se ama- a Verdi con su versión teatral, llena de contrastes, pletórica de detalles, lírica hasta lo emotivo, enérgica hasta el estremecimiento, humana al límite. Apostó Muti por un reparto de casi debutantes buscando líneas de canto con frescura. El más veterano era el malagueño Carlos Álvarez, que construyó un Yago seguro y compacto.

La Desdémona de la soprano rusa Marina Poplavskaya estuvo más acertada que el Otello del tenor Aleksandrs Antonenko. Son voces jóvenes, bellas, un poco limitadas de volumen, a las que falta algo de personalidad en escena. Poplavskaya se creció, no obstante, en un último acto arrebatador. No favoreció a la expresividad de los cantantes la dirección teatral de Stephen Langridge, con una propuesta escenográfica desangelada y triste, de espacios desmesuradamente abiertos para las voces, que no consiguió un acercamiento eficaz a los mil pormenores de la obra de Shakespeare. Afortunadamente, Muti suplió bastantes carencias de la escena y consiguió que el "teatro de las emociones" saliese del foso orquestal y así el drama no se resintió. Los músicos de la Filarmónica le aplaudieron y el público le convirtió en el gran triunfador de la velada.

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