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ANGELA MERKEL | DAGUERROTIPOS

Como el amade casa de Europa

Según su diseño exterior Angela Merkel podría ser esa tía soltera que todo el mundo lleva en el subconsciente dispuesta a sacarte de un grave apuro en el último momento. No es vana esta sensación, puesto que en este caso se trata de la mujer más poderosa del mundo, una auténtica tanqueta política. Se puede pensar que, puesta a ello, también sería imbatible en la cocina a la hora de guisar un codillo con chucrut o preparar una tarta de manzana.

Si Angela Merkel acompañara su poder con una figura adusta, de huesos puntiagudos y el rostro crispado como el de Margaret Thatcher, que parecía llevar una pistola cachas de nácar en el bolso, habría que echarse a temblar antes de pedirle un favor. Angela Merkel es redonda, carnosa, con media melena rubia alrededor de las orejas, los ojos claros, la cara lavada, siempre con zapatos planos, nunca con falda, el collar corto de perlas y sobre los pantalones esa chaqueta con tres botones abrochados que le marcan la ancha cadera, y este formato le da ese aire familiar de tía soltera muy asequible, pero las suaves redondeces femeninas esconden a menudo a una dominatriz muy dura de pelar cuyo látigo se compone solo de criterios inamovibles, persistentes y letales. Este es el caso.

Nació en Hamburgo en 1954, hija de un pastor protestante y de una profesora de latín, en un clima propicio para que la criatura se desarrollara como una planta de invernadero en el estudio, en la austeridad y la discreción. Cuando poco después su padre fue trasladado a Brandenburgo, al norte de Berlín, en la Alemania del Este, para difundir la enseñanza de la Biblia en medio del ateísmo militante, la hija del pastor tuvo que abrirse paso entre los valores religiosos de un hogar clerical, vigilado por la policía política de la Stasi y el peso aplastante del marxismo doctrinario cuyos ritos se establecían en la escuela y en la calle.

Angela Merkel creció en la pequeña ciudad rural de Templin, de 15.000 habitantes. Era una adolescente modosa, empollona, brillante en todo excepto en deporte, a la que habían enseñado a sentarse siempre con las piernas juntas y la falda por debajo de las rodillas. Se la puede imaginar ante un libro abierto bajo el flexo, oyendo música clásica, los dedos manchados con tinta de bolígrafo, con sandalias o zapatones de plástico y el lujo de los pepinillos en vinagre, tal vez entre pequeños amoríos colegiales que no le duraban nada.

Luego estudió en la universidad de Leipzig, donde se doctoró en física con una tesis sobre el cálculo de las constantes de velocidad de las relaciones elementales en el ejemplo de los hidrocarbonos simples, un trabajo académico que incorporó a su carácter. De ahí le viene, tal vez, a la Merkel ese gesto sobrado con que hoy contempla siempre a los mandatarios políticos de otros países como si fueran moléculas de un laboratorio. Berlusconi para ella no era sino una extravagante partícula de hidrocarbono, que le besaba la mano.

Se casó con el compañero de curso,Ulrich Merkel en 1982, se divorció cinco años después y se quedó con su apellido, la lavadora y unos discos de Mozart. Se volvió a casar con el profesor de química Joachim Sauer. No tiene hijos. Su único ejercicio físico consiste en caminar por los empinados senderos de los Alpes y desde entonces va de cumbre en cumbre, ahora entre gerifaltes europeos, atrapados en los propios desmanes, que acuden a Berlín a interrogarla como a la nueva pitonisa financiera de Delfos. Con ellos habla de eurobonos, de primas de riesgo, del banco mundial, del nuevo destino de Europa y de dietas para adelgazar, sin dejar de alargar la mano cuando pasan por delante las bandejas con pasteles de queso.

Angela Merkel entró en política con la caída del Muro. Aquel 9 de noviembre de 1989 se limitó a cruzar al Berlín Occidental para llamar por teléfono a una tía de Hamburgo. Se dio una vuelta por la Ku'damm y después de contemplar los escaparates capitalistas y de acariciar la piel de algún Mercedes Benz, volvió a casa porque al día siguiente había que madrugar. Fue captada por Helmut Kohl para la CDU. Ahora aquella mujer adusta de la Alemania comunista, educada en el rigor científico y en la austeridad moral, desde un nuevo calvinismo renacido, está llamada a solventar todo el despilfarro impúdico del catolicismo barroco, el de los sobrinos manirrotos del Sur como la tía luterana del Norte a la que acudes para que te salve de la bancarrota.

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