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Reportaje:Estilos

Arte 'yakuza' en la galería

El maestro tatuador Horiyoshi III exhibe 108 retratos de bandidos en Tokio

El zar Nicolás II y Jorge V de Inglaterra se grabaron dragones en los brazos cuando visitaron Japón en sus años de juventud. Al igual que muchos occidentales que viajaron al país a finales del siglo XIX, ambos quedaron fascinados por los coloridos y voluptuosos motivos, ya fueran budas, carpas o peonías, que los tatuadores japoneses eran capaces de imprimir bajo la piel. Sin embargo, por ese entonces el tatuaje ya se había convertido en un tabú para el japonés de a pie. Más aún cuando el Gobierno de Meiji lo prohibió en 1872 con la idea de potenciar una imagen más civilizada del país a ojos de Occidente.

Así pues, este arte milenario que había alcanzado en el periodo Edo sus mayores cotas expresivas impulsado por la estética de los grabados ukiyo-e, fue desterrado a la clandestinidad y pasó a asociarse exclusivamente con la delincuencia. En parte porque tatuar a los convictos para estigmatizarlos había sido práctica común en el país (lo que hacía que muchos de ellos se grabaran dibujos más grandes para disimular las marcas carcelarias), y ante todo porque fue una llamativa costumbre que mantuvieron los miembros de los clanes yakuza (el crimen organizado).

Aunque la práctica fue legalizada después de la II Guerra Mundial, el prejuicio ha sobrevivido desde entonces, y es común que hoy en día alguien con un tatuaje tenga prohibida la entrada en una piscina pública en Japón. "Afortunadamente, la percepción está cambiando. Ahora es más normal que un japonés o una japonesa se tatúe. Y además, muchos yakuza ya no se tatúan para no llamar la atención", explica Horiyoshi III, que a sus 63 años es uno de los más reputados maestros tatuadores del mundo. Durante las tres últimas décadas ha trabajado para que este arte abandonara el ostracismo en su país, publicando varios libros fotográficos que ilustran su trabajo y abriendo un museo del tatuaje en la ciudad de Yokohama.

Y ahora también ha logrado que su obra llegue a las galerías. "Su trabajo es simplemente genial. Por eso hemos decidido exponerlo independientemente de lo que algunos puedan pensar", cuenta Taguchi Sama, responsable de la Vanilla Gallery de Tokio. Este espacio de referencia para el pop art y el arte erótico en la ciudad exhibe estos días 108 retratos en tinta firmados por Horiyoshi III. Se trata de los 108 bandidos que protagonizan el Shuihuzhuan, una de las obras más importantes de la literatura clásica china.

Su exitosa traducción al japonés en el siglo XVIII convirtió a sus protagonistas -muchos de los cuales iban tatuados- en un motivo recurrente de los ukiyo-e de la época, y posteriormente de los tatuajes que se empezarían a lucir en la antigua capital, Edo. "Hoy siguen siendo un leitmotiv del tatuaje japonés. ¡Los he plasmado tantas veces sobre mis clientes!", afirma Horiyoshi III.

Yoshihito Nakano (su verdadero nombre) se tatuó por primera vez a los 21 años. "De siempre me impactaron su fuerza y belleza", recuerda.

Tatuajes de Horiyoshi III que simulan ser un jimbaori, la casaca que los samurai utilizaban bajo la armadura.
Tatuajes de Horiyoshi III que simulan ser un jimbaori, la casaca que los samurai utilizaban bajo la armadura.

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