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Reportaje:Diseño

Templos que gritan, templos que susurran

Las nuevas iglesias muestran las diversas maneras de entender la fe religiosa

Anatxu Zabalbeascoa

Tradicionalmente, en Europa la iglesia, la catedral era siempre el edificio más vistoso y mejor ubicado del pueblo, en torno al que crecía la vida: los mercados, los intercambios y el resto de los oficios. Las iglesias eran entonces construcciones que hablaban en voz alta, inmuebles que preferían el anuncio (parte de su cometido consistía en predicar su fe) al recogimiento.

Durante el Renacimiento, y frente a otras tipologías que iban adquiriendo mayor peso, como el palacio, las iglesias iniciaron su declive como emblemas. Sin embargo, no dejaron nunca de asumir el credo arquitectónico de cada época, incluida la modernidad. Fue precisamente entonces, al chocar con la abstracción geométrica moderna, cuando la fe pareció encontrar la horma de su zapato. Los arquitectos modernos se convirtieron en autores de templos en los que la abstracción más pura conseguía representar casi cualquier fe.

Santa Mónica anuncia algo abstracto y, a la vez, importante
La capilla predica su fe en silencio, casi desapareciendo en la tierra

La clave para tal prodigio había que buscarla en lo contrario de lo que había sucedido hasta entonces. En lugar de proclamar, la iglesia pasó a recoger. En lugar de hablar en voz alta, el mensaje se hizo más críptico, más personal, más susurrante. Templo y credo adquirieron otro tono. Así, fue posible que cuadros de Mark Rothko pudieran servir a la vez para decorar una capilla en Tejas o un restaurante en Nueva York. La temática era la misma: la pintura ponía la mezcla de franjas de colores, el resto lo proyectaba el que miraba aquellos lienzos.

La nueva iglesia de Santa Mónica, en Rivas Vaciamadrid, está íntegramente revestida de acero corten, un material que cambia con el tiempo y confiere a la fachada un aire oxidado. Su autor, Nacho Vicens, es un especialista en iglesias. Más allá del montaje para recibir a los sucesivos papas en Madrid -desde que realizara su primera escenografía, purista y contundente para Juan Pablo II en 1982-, su estudio, Vicens y Ramos ha firmado cuatro iglesias, un puñado de mansiones contemporáneas y la singular Facultad de Ciencias Sociales de Navarra.

En todas sus obras, la clave ha sido siempre la abstracción. La geometría pura de sus edificios dibuja las líneas exigentes de su trabajo, siempre muy bien acabado, pulido, contundente y puro. También aquí, Vicens y Ramos han sabido buscar un nuevo reto entre los antiguos creyentes del barrio que, con sus donaciones de dinero y terreno, han ido apoyando la construcción del nuevo templo. La fachada norte llama la atención. Está formada por una serie de prismas truncados que llevan claridad al retablo de luz que sustituye al tradicional retablo detrás del altar. Esa misma fachada hace convivir en el ventanal más alto el campanario, que queda así absorbido por el propio edificio. Nadie que pase por la calle dejará de sorprenderse ante esa iglesia rotunda y de aires maquinistas que habla alto, aunque no claro. Anuncia algo abstracto y, a la vez, algo importante.

En la otra orilla de Europa y de la estética, en Eslovenia, a las afueras de Liubliana, el estudio local Ofis acaba de terminar otro templo, una capilla mortuoria que prefiere el silencio a la presencia. Así, elige desaparecer bajo la colina, tras un muro de hormigón cerrado. Una rampa conecta la cubierta del edificio, donde un lucernario en forma de cruz lleva luz al interior, con su entrada. Una puerta de cristal y paneles de madera visten esa capilla sutil que predica su fe en silencio, adentrándose en la tierra, casi desapareciendo, y transformándose en paisaje.

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