Los italianos toman París
Riccardo Tisci y Armani siguen fieles a sí mismos en la gran cita de la moda

La belleza de la alta costura, como la de todo lo que exige rigor y disciplina, está en el detalle. La moda puede permitirse ser caprichosa y descuidada. Pero la alta costura es un asunto de técnica y paciencia. Riccardo Tisci lo ha descubierto seis años después de llegar a Givenchy. Ayer, por tercera vez, mostró su propuesta para la casa en una presentación estática en lugar de un desfile. El planteamiento y el lugar se repiten desde hace año y medio, pero con cada entrega el italiano se vuelve más sutil, más ligero y más refinado. Es un placer contemplar una evolución tan íntima.
Ángeles, nubes y flores del paraíso pueblan su etérea colección de otoño-invierno 2011. Diez vestidos que se mueven milímetros por la escala del blanco y que utilizan frágiles tejidos. Diseños esponjosos que transmiten serenidad y calma. La de su creador, tal vez. Riccardo Tisci, de 36 años, ha encontrado su registro. Despojado de la furia por epatar, filtra cada vez mejor su mensaje y lo entrega con mayor pureza. La oposición de duro y delicado que tanto le gusta se vuelve armónica: las plumas de ganso rizado que pueblan el pecho de un vestido se encuentran en la cintura con una banda de piel y metal, antesala de una cascada de plumas de avestruz.
Encontrarse a uno mismo no es fácil. Mucho menos, cuando uno empieza. Tisci dio muchas vueltas hasta hallar un vocabulario propio en la alta costura. Por eso, resulta meritorio el estreno de Giambattista Valli. Tras pasar por Ungaro y montar su propia marca de prêt-à-porter en París, Valli ha decidido probar suerte con el oficio de sus sueños. El lunes por la noche presentó su primera colección de alta costura en una angosta galería del siglo XIX. Nada allí olía a novato. Y no solo porque las amigas-clientas del diseñador romano -jet-set de ayer y de hoy- poblaran una primera fila que para sí quisieran muchos veteranos.
La colección de Valli demuestra su confianza y seguridad. Su punto de partida fueron las batas blancas que son el símbolo de los artesanos de la alta costura. Se exhibieron literalmente o convertidas en vestidos de crepé surcados por apliques de flores de organza. En realidad, ese hilo argumental era una excusa para abordar sus temas habituales, en versión enriquecida. La frontera entre la coherencia estilística y la repetición es discutible, pero en estos tiempos infieles es agradable que alguien se mantenga firme en sus convicciones.
Si hay un decano en esta materia, es el tercer italiano que participa en esta cita. Giorgio Armani presenta alta costura desde 2005, pero lleva más de treinta años defendiendo un discurso inconfundible. Ayer por la mañana recuperó uno de sus temas recurrentes: Japón. Quiso rendir tributo al país tras la catástrofe con una revisión de la geisha. Los obi que cierran sus quimonos se transforman en corsés lacados que afilan una silueta rematada por los fantasiosos tocados de Philip Treacy. ¿Armani en Japón le suena? Por supuesto. Un autor siempre escribe el mismo libro. Es el lector quien decide cuántas veces le interesa leerlo.


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