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Reportaje:ESTILOS

¿Qué película vamos a ver? Es secreto

El cine 'clandestino' es la última moda de ocio en Londres

El título de la película no aparece en el listado de la cartelera cinematográfica, ni tampoco la dirección de la sala donde va a proyectarse. Y sin embargo se trata del secreto peor guardado entre los cinéfilos de Londres, que acaban acudiendo en legión a un evento del que solo se conoce en principio la promesa de disfrutar de un filme legendario. Para llegar a ello, el usuario tiene que registrarse en un sitio web y esperar a recibir vía e-mail las primeras claves del acertijo: dónde se celebrará el pase clandestino, cómo debe vestirse para la ocasión y en qué ambiente va a desarrollarse tanto el largometraje como el mismo escenario de su exhibición.

Porque el Cine Secreto, una de las propuestas de ocio más originales de la ciudad, recurre también a las armas del teatro para trasladar a las audiencias al mismo mundo que están visionando en la gran pantalla. En pleno siglo XXI uno disfruta por ejemplo de Lawrence de Arabia ataviado de beduino, y rodeado de oficiales británicos, mercaderes cairotas y algún díscolo guerrero del imperio otomano.

La iniciativa se publicita en discretos anuncios, pero ha sido el boca a boca el que la ha convertido en todo un acontecimiento. Cuando las salas tradicionales siguen acusando la deserción de un público demasiado adepto al sofá hogareño, la televisión y el ordenador, el Cine Secreto ha conseguido recordar que vale la pena movilizarse para habitar otros mundos. Como el de una ciudad europea dividida en 1947 en cuatro zonas que ocupan los aliados. Solo una vez adquirida la entrada -y con la fecha de la cita como única referencia concreta-, una sucesión de correos electrónicos nos convocará a ese escenario de la posguerra donde va a celebrarse un entierro "en el barrio ruso" (el mapa que adjuntan podría corresponder al moderno barrio londinense de Barbican). La época tiene sus cánones; es decir, se recomienda falda retro para las espectadoras y sombrero de ala ancha para ellos.

Llegado el día, un personaje con pose de espía conduce a todos aquellos que confluyen disfrazados en el metro de Barbican hasta un edificio que en el mundo real ejerce de sede de una compañía de teatro. Pero en el ficticio ha sido transmutado en una de las capitales de Europa más castigadas por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Militares franceses, americanos, soviéticos y británicos se entremezclan con los vendedores de globos de un parque de atracciones, estraperlistas agazapados en las esquinas o médicos sin escrúpulos que trafican con medicamentos.

Los cuatro pisos del inmueble se tornan en un gigantesco y animado escenario que invita a la interacción del público (con decenas de actores) y, a la postre, a descifrar el enigma: qué película vamos a ver. Después de casi tres horas de entretenimiento, dos gigantes de la era dorada del cine irrumpen en la gran pantalla habilitada en el recinto. Para entonces, el grueso del centenar y medio de espectadores ya ha adivinado el título de la cinta, 93 minutos de puro goce que culminan la velada. La consigna del Cine Secreto exige no revelar la identidad de ese título. Al menos hasta el mes siguiente, cuando cambien los actores, el atrezo y el filme al que arropan en un entrañable homenaje.

FERNANDO VICENTE

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