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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Francisco Jordá Cerdá, catedrático de Arqueología y prehistoriador

El tiempo es, en demasiadas ocasiones, tan sólo una variable más en nuestro trabajo, para los que nos dedicamos profesionalmente al estudio de la Prehistoria. Hoy, seguir investigando sobre el tiempo histórico y cultural se nos hace, a muchos, más triste, tras conocer que el profesor Francisco Jordá Cerdá falleció en Madrid a los 90 años. La Arqueología y la Prehistoria europea y española están despidiendo a uno de sus profesionales más brillantes en las muy oscuras décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. En momentos en los que la acreditación de la calidad y de la excelencia se han convertido en lugares comunes para nuestras universidades, cabe recordar a aquellos pocos, muy pocos, investigadores españoles que como el profesor Jordá alcanzaron un reconocimiento y prestigio internacionales.

Nacido en Alcoi, realizó estudios en Madrid y Valencia, en cuya Universidad se licenció en Filosofía y Letras, sección Historia, en 1936. Ese mismo año fue nombrado profesor del instituto de esta ciudad y un año más tarde miembro correspondiente del Institut d'Estudis Valencians. Apresado por los rebeldes franquistas, fue confinado en prisiones y campos de concentración -en Burgos compartió cautiverio y cuadernos de poesía y dibujo con K. Mitxelena, entre otros-. Tras su excarcelación en 1943, retorna a Valencia y colabora con el Servei d'Investigació Prehistórica de la Diputación de Valencia y con su maestro, Lluis Pericot. Años difíciles, sin duda, que inician su fin en 1950, cuando fue nombrado director del Museo Arqueológico Municipal de Cartagena, desde donde se traslada a Oviedo en 1952 para ocupar la dirección del Servicio de Investigaciones Arqueológicas de Asturias, incorporándose a su Universidad en 1953, como profesor adjunto de Historia del Arte.

En el curso 1953-54 obtuvo el premio extraordinario de doctorado por la Universidad de Madrid por su tesis sobre El Solutrense en España y sus problemas, construida sobre un profundo y directo conocimiento de la Arqueología prehistórica de las dos grandes regiones peninsulares: la región mediterránea y la cantábrica. En 1962 ocupó la cátedra de Arqueología de la Universidad de Salamanca y en 1982 la de Prehistoria, renovando desde su dirección la prestigiosa revista Zephyrus.

Su trabajo de campo queda vinculado a los más importantes yacimientos del Paleolítico y del Arte prehistórico de la península Ibérica: la Cueva de la Cocina, Les Malladetes, Cova Negra, Cova del Parpalló o la Cueva de Nerja en la región mediterránea; Cova Rosa, Cueva del Conde, Bricia, Cueva de la Lloseta y Tito Bustillo en la cantábrica; Escoural o Rio Major en Portugal. Sin olvidar por ello sus trabajos en los castros asturianos y en la región central peninsular: Coaña, San Chuis, Atapuerca, La Cueva de los Casares o las Batuecas... Fue miembro numerario de numerosas academias, sociedades e institutos de ámbito nacional e internacional -Deutsche Archaeologische Institut de Berlín, Associaçao dos Arqueólogos Portugueses de Lisboa, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Real Academia de la Historia-, recibiendo en 1983 la Medalla de Oro de la Universidad de Salamanca.

Estos y otros datos nos son conocidos para los que tuvimos la oportunidad de formarnos y trabajar con el profesor Jordá. A la mayoría nos será más fácil recordar su trato natural, cálido y respetuoso, en el que tenía cabida el enfado más tormentoso y la ironía socarrona junto a la complicidad que sólo adquieren los auténticos liberales-libertarios que creen que el mejor camino hacia la libertad transita a través del respeto y la educación.

Hoy, cuando me encamino a recolectar unas ramas de romero de la sierra Mariola, para mantener un sencillo homenaje que desde hace casi medio siglo ejercemos los arqueólogos alcoyanos para con nuestros maestros, recuerdo en la distancia, más próxima que nunca, la respuesta del viejo profesor -ya en puertas de su retiro académico- que ante la esforzada exposición de su más joven, inexperto y quizás último alumno, replicaba con un enfado provocador: "Eso está muy bien, pero ¿no le parece a usted que es un poco conservador?". Yo acababa de cumplir 23 años, él 70. Adéu siau.-

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