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Columna
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El mundo de Catalina

Boris Izaguirre

No hay nada que los medios de comunicación aprecien más que poder comparar. Una persona con otra, un suceso con el siguiente, una década con la anterior, una princesa con otra. Catalina Middleton, que es duquesa oficialmente, pero princesa en el deseo de todos sus seguidores, ha establecido su estilo en dos momentos magistrales: su propia boda y la primera gira oficial junto a su marido, el hijo de Carlos y Diana, a ese lugar tan emblemático para el corazón británico llamado Norteamérica.

Lo primero que resalta en la duquesa de Cambridge no está a la vista. No es su pelo, del que hablaremos luego. Tampoco su sonrisa, de la que también discurriremos bastante. Es algo bastante invisible, pero latente. Su equipo. Catalina Middleton es la primera princesa moderna que prescinde de los aparatosos funcionarios adjudicados a una casa real y los sustituye por su peluquero y una persona de servicio que le ayudará a organizar y vestir los 40 conjuntos que forman parte de su espectacular aparición como embajadora de su país, Reino Unido.

Cualquier profesional moderna necesita un estilo que se debe gestionar cuanto antes
Sonrisa radiante, melena y talento para las relaciones públicas son sus credenciales
El estilo catalina sigue la clave de oro: mezcla lo que tienes con lo que anhelas tener
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Parecen pocas personas, también parece una labor ridícula la de poner una chaqueta con otra y una tiara con aquel traje largo. Intente hacerlo en casa, donde entendemos que no tenga la tiara, pero donde de seguro topará con algún que otro escollo insalvable que le haga perder los nervios y conformarse con vestirse mal sabiendo que en alguna parte, en alguna esquina, estaba ese accesorio capaz de transformar su vestido de Cenicienta en el de una princesa. Eso es lo que hace a un equipo imprescindible. Tener uno a su servicio las horas que sean necesarias, que no siempre son de nueve a cinco.

Catalina no es la primera mujer en emplearlo. Antes lo hizo, exitosamente, Carla Bruni, exmodelo, cantante y primera dama de Francia. Bruni consiguió acallar las críticas con su gira por Reino Unido, vestida de pies a cabeza por la casa Dior, aún bajo el dominio de John Galliano. Minimizando el tacón de sus zapatos para no disminuir a su marido, exhibiendo la amplia variedad de grises, verdes y azules que pueden transitar en las olas del canal de la Mancha, exaltando las virtudes de varios tipos de bolso, clutches para el día y la noche, minaudieres para las cenas de gala, manos libres para las conferencias de prensa. Bruni fue inmediatamente comparada, como le gusta a la prensa, con Jacqueline Kennedy, la primera dama por excelencia del siglo XX, que conquistó París en plena guerra fría con un listado de ingredientes similares a los que Bruni repitió en Inglaterra. Pero lo que Bruni había conseguido era una labor de equipo que estableció lo que un estilo siempre ambiciona: el uniforme que acompañe una vida sin volverse aburrido.

Cualquiera que sea el cargo que afronta una profesional moderna, su estilo sigue siendo una credencial que no se les exige a los hombres, pero que existe y necesita ser gestionada cuanto antes. El tamaño del bolso, el largo del peinado, la calidad del maquillaje, el abuso de trajes chaqueta, el arrinconamiento del estampado y los vuelos..., todos esos elementos no pueden ser abordados por una mujer en solitario. Necesita un equipo. Alguien que sepa qué requiere el cargo, pero con la agudeza suficiente para no acartonar a la profesional.

Catalina Middleton no se viste como su madre. Tampoco como su hermana. Muchísimo menos como su difunta suegra, el eterno fantasma con el que ha sabido establecer una relación cordialísima. ¿Qué mejor forma de asustar a un fantasma que tendiéndole la mano? Kate lo ha hecho a la primera, aceptando en sus dedos el anillo de compromiso de una historia de amor que terminó muy mal. Allí es evidente que el apoyo del marido es fundamental. Él conoce mejor que ella el sitio donde la está metiendo. Y ella ha sabido entender eso claramente. Guillermo también tiene su equipo, y Catalina ha sabido adaptarse al mismo al tiempo que va creando el suyo. Por eso, una vez establecida esa potente gestión, se ha dedicado a resaltar sus propios valores.

Lo primero, el pelo, que es melena, trabajada por dos peluqueros. James Pryce y Richard Ward, junto a un mayordomo real, son prácticamente responsables de todas las elecciones de la duquesa de Cambridge tanto en su boda como en esta excepcional gira por Norteamérica. Son las cabezas visibles de ese equipo. Su labor más evidente es cuidar de una de las señas de identidad de la duquesa. Una melena que lo es porque ella aún no tiene 30 años y, en esa frontera generacional, las mujeres, latinas o anglosajonas, exhiben el pelo como arma de seducción y seguridad. La duquesa de Cambridge lo peina estilo princesa Disney, es cierto, pero es que precisamente todo la que la hace atractiva tiene sabor a un producto de esa casa, ¿por qué no aprovecharlo?

El otro rasgo característico son los brillantes dientes blancos. Es vital esta demostración de higiene dental. Salud, vigor, fortaleza física es lo que quiere proyectar la corona inglesa. Y lo consigue con éxito, además, gracias a una persona que no es real. Sonreír la previene de hablar. Su sonrisa es tan radiante que se defiende sin palabras de cualquier ataque.

Tanto en la boda como en la gira por Norteamérica, Kate ha lidiado con igual resplandor su capacidad de eclipsar a Guillermo de Gales. Una esposa, aunque estrella, jamás puede relegar al marido a un segundo plano. En esto falló Diana. En la boda, Catalina era la estrella, pero hábilmente desplazó un poquito de atención hacia su hermana, consiguiendo no ser la única, sino agregando otra. Y al mismo tiempo atizaba la expectación por su aparición como novia. Consiguió acallar cualquier polémica sobre su traje a través de un riesgo: escoger a un diseñador suicida y joven, Alexander McQueen, muerto de una forma casi tan trágica para los británicos como la propia Diana, el fantasma nunca ausente. Aunque lo firmara Sarah Burton, la escogida por la empresa propietaria de la firma para suceder a McQueen, el traje catapultó a la novia, la diseñadora, el finado y, sobre todo, a la industria de la moda británica, en la que se apoyó fuertemente para su viaje por Norteamérica.

En este segundo gran movimiento, Kate y su equipo encajaron elementos que sentarán las bases de la dinámica de esta pareja. Los dos son delgados, se esmeran en seguir dietas en las que hay ausencia de carnes rojas y lácteos. Proyectan esa imagen vigorosa y sana. Salen, van, participan, a diferencia de otros príncipes que solo prefieren la retaguardia.

Diana de Gales fue una experta en la aproximación. Guillermo es su mejor herencia, y él ha sabido observar en Catalina su talento para las relaciones públicas, que a fin de cuentas justifican sus puestos. La combinación de ambos esfuerzos, así como la sinergia entre equipos, han conseguido que al regreso de la gira sean cada vez más claras las voces que piden que Guillermo y Catalina sucedan a la reina Isabel antes que el padre de Guillermo.

Canadá sigue respetando a la reina Isabel como jefa de Estado. Por eso, Catalina y Guillermo empezaron su gira por ese país, donde la naturaleza es todo y se pueden exhibir modelos que demostrarían el buen hacer del equipo de Catalina. Esa imagen de ella comandando a su marido y otros compañeros en las regatas es impagable, porque aúna varios siglos de lucha femenina por la igualdad. Unos pueden verla como un mascarón de proa, otros, como una deportista galáctica, al estilo de aquella línea de bañadores diseñados en los ochenta por Estefanía de Mónaco, una princesa que no pudo compaginar la tradición con sus inquietudes profesionales. Hay mucho de Calvin Klein y, si se mira un poco mas atrás, también de Leni Riefensthal y sus imágenes de escaladoras, que establecieron el look para la mujer deportiva.

En las siguientes apariciones canadienses, Catalina se vistió de cocinero y exhibió buen humor. Vivió un percance menor con el vestido amarillo que el viento levantó a lo Marilyn Monroe, para enseñar piernas que jamás conocerán celulitis. Cualquiera que fuera el modelo empleado por la duquesa, se evitaron estridencias. Todo hecho en Reino Unido, pero con aspecto global. Lo único que podría darle una característica nacional eran los tocados, que ella supo escoger discretos. Y algún que otro estampado que solo se puede entender en un país rodeado de agua. Pero lo importante era demostrar que la moda británica funciona en varias partes, varias horas, delante de varias personas. El vestuario que requiere una profesional.

Catalina se midió con los zapatos, un gesto que la hace ver como una mujer estable, nada propensa a los desequilibrios del consumismo. Los tacones eran color maquillaje, al parecer, de fácil combinación para los tonos veraniegos de los vestidos. Solo se rompió esa estructura al incorporar las botas vaqueras. El viaje era a Norteamérica, no hay que olvidar. Y las botas junto al sombrero vaquero blanco confirmaron uno de los looks estrella de la gira: el de la duquesa británica que nació en una familia ambiciosa sin rango, pero con una capacidad genética totalmente adaptable. La blusa de estampado pijo y algo de encaje remató la jugada. Conquistar Norteamérica con sus propias leyes. Te doy, pero también te quito. Me visto de algo tuyo, pero dejando claro que lo hago para comprar un poquito más tu corazón.

La pareja triunfadora decidió entrar en Estados Unidos por el Oeste, al contrario que sus antepasados, que llegaron por el Este y dejaron el Pacífico a los españoles y franceses. Una hábil elección, porque el Oeste siempre resiente del Este su protagonismo, cuando todas las cosas nuevas se generan de ese lado del país. El cine, en el siglo XX, y la tecnología punta, ahora en el XXI. Los Cambridge no fueron a la sede de Facebook, quizá temerosos de que los convirtieran en página, pero sí se dejaron agasajar por el mejor inventor de alfombras rojas del mundo, Hollywood, a través de un evento que impulsaba el talento emergente del cine británico, que siempre ha mantenido una relación de amor y necesidad con Hollywood.

La gala fue un glorioso broche de oro para la visita. Permitió descubrir elementos que diferencian a la monarquía británica de todas las demás: tienen varias industrias en las que apoyarse para afianzar su rol de embajadores. Algunas de ellas, las artes, el cine, la música, la moda y el deporte. La foto del príncipe Guillermo conversando con Beckham sobre el inminente alumbramiento de su hija es un portento para la consolidación del varón en padre atento. La de Nicole Kidman saludándoles como pareja también tiene su miga. Cuando ella era esposa de Tom Cruise estuvieron entre los invitados al funeral de Diana de Gales. Verles ahora, Kidman más madura y atenta, declarándose feliz de verles como esposos, reafirma la esperanza en los finales felices.

En todas esas fotos late el poder del glamour: mezclar historia con sentimientos, buenas dentaduras y golpes de efecto en la elección del vestuario. Eso es difícil de superar por otras casas reales. En esa cena de gala para la BAFTA (las siglas en inglés para la Academia de Cine y Televisión Británica), los duques consiguieron cambiar los papeles y, en vez de ser las estrellas las que actuaban como príncipes, fueron los reales quienes se apropiaron del estrellato. No hay nada que entusiasme más a América que un show con estos cambios. Incluso en la era Twitter. De nuevo, Middleton afirmó su relación con la casa McQueen en tiempos de Burton y consiguió que su traje lila exhibiera silueta, juventud y habilidad para gustar a indios y vaqueros, judíos y católicos, ricos y pobres.

Treinta años atrás, Diana y Carlos también visitaron Estados Unidos. En esa visita, Ronald Reagan era presidente, y su esposa, Nancy (otra adalid del equipo vestuarista no del todo reconocida), sugirió a John Travolta, presente en la cena, que era el deseo secreto de la princesa bailar con él. Travolta se aproximó y Diana le obsequió con una de sus miradas Bambi-peligrosa. El actor pidió bailar con ella y los 15 minutos siguientes crearon una de las imágenes más hermosas y reveladoras del estilo Diana. Al contrario que Catalina, Diana vistió negro, escote de princesa y extraordinarias joyas. Eran los ochenta, era Diana, y era una cena de gala en la Casa Blanca, pero en el negro del vestido se entrecruzaban la elegancia y el pathos, la extraña y desdichada característica del estilo de Diana. En el lila de Catalina hay más movimiento. No hay miedo alguno en subrayar su juventud. Ni la delgadez que los medios de comunicación adoran transformar en debate.

Más allá de esos debates que la acompañarán de ahora en adelante, el estilo Catalina funciona bien porque integra virtudes con errores; a fin de cuentas, ha sido la clave de oro: en tu estilo propio, mezcla lo que tienes con aquello que anhelas tener.

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