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Necrológica:EN LA MUERTE DE FERRÁN LOBO
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un ser de palabra

Víctor Gómez Pin

Desde su adolescencia Ferrán Lobo fue interlocutor de personas que, con frecuente abuso de lenguaje, eran tildadas de filósofos. A veces eran estudiosos de la filosofía en un sentido estricto, pero otras veces se trataba de científicos que sacaban punta conceptual a algún aspecto de su disciplina. En ocasiones, el interlocutor era un filólogo o un poeta, o ambas cosas a la vez. Ferrán Lobo siempre estaba dispuesto a aceptar una invitación, a poder ser en lugar de difícil acceso, para pasar unos días simplemente hablando. En una de esas reuniones aún en tiempo de Franco, sus interlocutores fueron, entre otros que por allí dábamos un paso en la filosofía, Agustín García Calvo, Rafael Sánchez Ferlosio, Fernando Savater y Eugenio Trias.

El lugar era un monasterio del Rosellón, y el tema de reflexión, que ocupo una entera semana, el análisis... de las fórmulas del interés simple y del interés compuesto. Hace sólo unas semanas evocaba Ferrán aquel simposio y venía a recordar la urgencia de poner de relieve lo inextricable del lazo entre tiempo y capital.

Ferrán Lobo era biólogo de formación y había conocido al gran Margaleff, que le abrió un camino para una experiencia apasionante de dos años de navegación en un barco pesquero. En Pasajes de San Juan le despidieron sus amigos y allí le encontraron más tarde, reciclado como profesor de filosofía y embarcado en la apasionante aventura que significó la creación de la facultad de Zorroaga en el País Vasco. Despojaba textos clásicos del velo de caspa con el que la erudición los había cubierto, desvelando así todo su contenido subversivo. Al tiempo que convertía en mítines sus clases de "Fundamentos biológicos de la personalidad", medía y sondeaba ese auténtico pilar de una reflexión estética digna de tal nombre que es la kantiana "Crítica de la Facultad de Juzgar". Esta faceta le llevo a integrarse en la escuela de arquitectura de la Universidad politécnica de Barcelona y a dar largos cursos sobre el tema en universidades de Colombia, país al que amaba entrañablemente. Era habitual entre los amigos calificar a Ferrán Lobo de ágrafo. La cosa no era exacta. Su tesis sobre Kant es una pequeña joya conceptual y estilística, que simplemente nunca quiso publicar. En su lengua catalana Ferrán escribía sobrios versos, que alguna vez los amigos encontrábamos por los pasillos.

Ferrán Lobo, que con tanta entereza ha permanecido "ateo en el lecho de muerte", evocaba en ocasiones al gran Peguy, con un rescoldo de nostalgia por una época en que la crueldad se traducía al menos en la erección de catedrales. Para los que le veíamos sellado por la enfermedad, constituía una fuente de moral el comprobar que estas huellas del tiempo en su cuerpo no se empapaban de las mucho más insoportables que, también en los cuerpos, deja la mentira.

In memóriam

Hace cerca de 30 años, en el monasterio de benedictinos de Cuixá, en el Rosellón, cuando ya no quedábamos más que cinco amigos de una nutrida reunión, Ferrán Lobo, uno de los cinco, anticipó su marcha y los cuatro que quedábamos no pudimos dejar de hacerle esta poesía de amor y despedida:

"Pero sin lobo/ ¿seguirá siendo el Canigó montaña?/ ¿Será la fraga fraga, el bosque bosque,/ nieve la nieve? ¿Seguirá el pastor/ llamándose pastor? ¿Llevando nombre/ de mastín el mastín/ y el cordero cordero?".- Demetria Chamorro, Isabel García Ballestero, Agustín García Calvo y Rafael Sánchez Ferlosio.

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