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Columna
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Arenas

Somos ingratos. Olvidamos con rapidez los méritos de nuestros paisanos. Por eso, conviene recordar que el pionero de la crispación y de las malas maneras en la política fue un hijo de Olvera llamado Javier Arenas, que este fin de semana será refrendado como secretario general del PP. Arenas inauguró los nuevos modos de hacer política una noche de 1993, cuando acusó al PSOE de ganar las elecciones gracias a un pucherazo.

Dicen que aquello fue un mal momento. Es lo mismo que argumentaba un contertulio de RNE que, hará unos diez años, dijo en antena que 'las leyes, como las mujeres, están hechas para violarlas'. Luego se disculpó: 'Fue un mal momento', dijo. Pero los malos momentos sólo sacan a flote lo mejor o lo peor de nosotros mismos: no nos hacen diferentes. Sólo la esquizofrenia -y no un mal momento- llevarían, por ejemplo, a José María Aznar a defender la quema de conventos o a José Chamizo a entonar vivas a la Inquisición.

A comienzos de esta semana, Javier Arenas volvía a estar a la altura de sus peores momentos al declinar el ofrecimiento de José Luis Rodríguez Zapatero para analizar juntos cómo encarar el problema que el PP y el PSOE comparten a la hora de completar sus listas electorales en el País Vasco. El pacto antiterrorista, según Arenas, no debía reunirse 'en función de los problemas internos' de los partidos firmantes. A eso se le llama lealtad. Con gente así debe de dar gusto firmar pactos.

No hay que extrañarse que de un maestro como Arenas hayan brotado unos alumnos como sus cabezas visibles en esta tierra: la alcaldesa Teófila Martínez y ese maduro estudiante llamado Antonio Sanz, una pareja que trabaja con gran entusiasmo para conseguir que el PSOE obtenga mayoría absoluta en las próximas elecciones andaluzas. Es tanto su afán, que supera con mucho al del más laborioso de los dirigentes socialistas.

No hay una pizca de reflexión en el trabajo que Arenas, Teófila y Sanz están haciendo en Andalucía: se limitan a dejar aflorar sus intuiciones, por no decir sus instintos. A estas alturas no han aprendido que una de las cosas que mejor sabe hacer Manuel Chaves es quejarse, virtud que le ayudó a salir a flote con energía después de aquella pinza, de la que sin duda el PSOE era también responsable.

Tanta queja puede terminar elevando la estatura de Teófila, a la que, con frecuencia, se le atribuyen hazañas muy superiores a sus capacidades. Como, por ejemplo, cuando se la acusa de tejer una intensa intriga en torno a las cajas sevillanas. Ya son ganas de inflar su currículo. Es evidente que en la raíz de esa intriga tienen mucho más que ver algunos dirigentes del PSOE que la alcaldesa gaditana. Quizá sea inevitable. Todos tendemos a magnificar a nuestros rivales. Al fin y al cabo, siempre nos medimos con nuestros adversarios, y no con nuestros amigos.

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Lo cierto es que los más fieles alumnos de Javier Arenas le están haciendo un flaco favor a Andalucía. No sólo impiden la alternancia, sino que legitiman las malas maneras y las peores artes del sector jurásico del PSOE, ese que no tiene más virtud que sacar a flote que su intenso sectarismo.

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