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Columna
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Cuentos

La realidad es el género de ficción que cuenta con más éxito de público, y la verdad es que a todos nos conviene que siga ocupando un lugar preferente en los televisores, los periódicos, los parlamentos, las calles, las camas y los espejos. Peores son el silencio, los apagones y la nada. Necesitamos la ficción de la realidad, esa mezcla operante de intereses, manipulaciones, perspectivas y necesidades, para seguir viviendo, para que el sol salga todos los días y las ventanas puedan abrirse al aire limpio. El sol, además de darnos luz y calentarnos el planeta, cumple el papel de las metáforas, rompe pacientemente la oscuridad del futuro, consigue que los desafortunados tengan un argumento de esperanza y los acomodados un motivo de inquietud. La realidad no es verdadera, sino verosímil, porque tampoco es esencialista, plana, vulgar, inmóvil, sagrada, monolítica, sino la ficción colectiva que todos sufrimos en carne propia. Por eso la literatura utiliza la ficción para darle sentido a la realidad, y mueve sus recursos y sus imaginaciones sobre la arena movediza de los objetos, los sucesos y las miradas. Creo que los defensores de la muerte de la ficción literaria, hoy tan de moda, se han abandonado a una lectura muy reaccionaria de la postmodernidad. La muerte de la novela (o de la poesía, o del teatro), en favor de una escritura literal, tiene tantos filos ideológicos como una noticia sobre el orden natural del mundo. Arrebatarle al sol su papel metafórico nos condena a un eclipse mental definitivo.

El jovencísimo escritor Andrés Neuman es en sí mismo todo un género de ficción. Argentino y granadino, creador rebelde y filólogo sensato, autor apresurado y escritor que puede defender su madurez, muchacho que empieza y hombre de letras con bastantes publicaciones a sus espaldas, los 24 años de Andrés Neuman recorren los escaparates de las librerías, los catálogos de algunas de las editoriales más prestigiosas y las conversaciones de sus amigos. Acaba de publicar un libro de cuentos, El último minuto (Espasa), que contiene ficciones realmente inolvidables, o algunas realidades ficticiamente memorables. Se trata de una declaración de amor a la ficción, porque el cuento es el género que radicaliza todos los procedimientos de la literatura, estableciendo un ámbito concentrado, decisivo, de último minuto, entre el autor y el lector. Un pacto en busca de sentido.

En la narración titulada Los comediantes, Andrés Neuman dibuja el horror de dos actores que se han quedado sin argumento en el escenario. Más que libertad, la escena vacía desata el miedo, la violencia y -añado yo- las manos libres de los negociantes. Por eso la ficción literaria busca un sentido, una metáfora, algo que nos permita interpretar de la manera más inteligente el territorio de palabras y silencios que compone la ficción de la realidad. La literatura está demasiado ligada al deseo y a la vida como para aceptar su disolución en una escritura literal. Si los cuentos empezaban antes con la fórmula 'érase una vez', un cuento de Andrés Neuman puede comenzar con la frase 'como cada mañana'. La ficción de nuestra realidad justifica las realidades de nuestras ficciones.

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