_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Derecho al pataleo

El año comienza como terminó el pasado: bajo la dictadura feroz de los mercados y las presiones insoportables de los organismos internacionales sobre los Gobiernos democráticos para que apliquen sus recetas ultraliberales.

Los Gobiernos socialistas de España, el central y los autonómicos, se han visto obligados a ejecutar muchas de las directrices emanadas de esos mercados.

El presidente Griñán inauguraba el año reconociendo que las "ofensivas especulativas de los mercados financieros" habían afectado "a muchas de las políticas, e incluso de las convicciones, que nos han venido acompañando en los últimos tiempos".

Es la primera vez, que recuerde, que un alto dirigente socialista español reconoce que algunos de sus principios ideológicos se han visto trastocados por la presión de los especuladores. Es posible que no les haya quedado otro remedio. Como dijo en este periódico el ex presidente socialista extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra: "O nos prostituimos (cedemos) o nos suicidamos".

Eligieron la primera opción. El resultado está a la vista: poco a poco se debilita y recorta el Estado del bienestar, perjudicando más a quienes menos tienen.

El nuevo año amenaza con otros hachazos al modelo social. Más carnaza para aplacar la voracidad de los especuladores. La cuestión es quién y cómo aplaca a los más perjudicados, los trabajadores. La cuestión es si deben seguir soportando estoicamente esa política de recortes o si ha llegado la hora de rebelarse.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El historiador británico Tony Judt escribió en Algo va mal (Editorial Taurus): "Hay mucho sobre lo que indignarse". Citaba "las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades; las injusticias de clase y de casta; la explotación económica; la corrupción, el dinero y los privilegios que ocluyen las arterias de la democracia".

Por desgracia, concluía Judt: "los socialdemócratas están a la defensiva y tratan de excusarse". Son exigencias de los mercados, nos dicen. Se debe a la "encrucijada histórica" que sufrimos, en palabras de Griñán.

Así, con socialdemócratas en el poder, se han producido en unos meses importantes recortes en las conquistas sociales logradas por los trabajadores durante décadas de lucha. Bajan los salarios de los funcionarios, congelan las pensiones, desaparecen el cheque bebé y los 426 euros de los parados sin subsidio, suprimen desgravaciones fiscales en la vivienda...

Además, se endurecerán las condiciones para percibir una pensión digna y todo parece indicar que se cederá ante los empresarios en el tema de la negociación colectiva, después de haberles facilitado un despido más rápido y barato.

Sumen la subida de los precios en los servicios básicos, luz, gas, transporte, gasolina...

Para colmo, esas medidas golpean exclusivamente en las espaldas de los más débiles. Con algunas excepciones: la Junta de Andalucía ha subido discretamente los impuestos directos (IRPF) a quienes ganan más de 80.000 euros. Pero los especuladores (que originaron la crisis) no solo escapan ilesos, sino que exigen que los débiles se aprieten aún más el cinturón: ¡Trabajar más y cobrar menos!, pedía el ex presidente de la patronal, Díaz Ferrán.

Lo resumía con claridad en este periódico, desde su rincón malagueño de la cala de Mijas, el escritor José Luis Sampedro: "El sistema ha organizado un casino para que siempre ganen los mismos".

Ante este negro panorama y con casi un millón de parados en Andalucía, ¿qué hacer? ¿Pasar de la política y abstenerse en las próximas elecciones? ¿Dejar todo el terreno de juego a la derecha, que aplicará su catecismo con más fervor y dureza? ¿O echarse a la calle?

Aunque resulte difícil frenar la oleada ultraliberal que nos azota, reivindiquemos al menos el derecho al pataleo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_