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Ginés Liébana atraviesa un bosque de leyendas y narraciones antiguas en 'Bestiamante'

El escritor y pintor del grupo Cántico muestra en el libro su pasión por los seres fantásticos

Don Tampato Mercadante ha visto cómo sus negocios se iban al garete. Quiere mantener el tren de vida de su casa y promete a sus tres hijas un regalo grandioso. Sus dos hijas mayores, caprichosas y mal educadas, quieren el oro y el moro. En cambio, la pequeña sólo pide una rosa. Con estos mimbres de cuento infantil o de vieja leyenda de los bosques europeos de la Edad Media ha enhebrado su último libro el pintor y escritor Ginés Liébana (Torredonjimeno, Jaén, 1921). Bestiamante ha sido publicado recientemente por la editorial cordobesa Almuzara.

Su centenar de páginas no sólo aportan el atractivo de la narración, sino que Liébana ha dispersado sus dibujos en una sinfonía que evoca un mundo de personajes fantásticos. Gatos humanizados, góndolas episcopales que navegan en mar abierto y ángeles en expectativa de destino por los cielos más negros llenan las páginas. Son personajes que protagonizan los dibujos de una historia que transita los caminos que conocieron Cenicienta, la Alicia de Lewis Carroll o la Bella que redimió a la Bestia bajo la mirada dulcemente desesperada de Jean Cocteau.

Integrante del mítico grupo Cántico junto a escritores de la talla de Pablo García Baena, Juan Bernier o Ricardo Molina, Liébana escapó en 1950 de una España con olor a liendres y meados. Vivió y viajó por París, Río de Janeiro, Venecia y Lisboa hasta asentarse en Madrid y convertirse en un apreciado pintor. Liébana escapa de cualquier clasificación que quiera fijarlo en los catálogos de arte o en las antologías literarias. Porque Liébana también ha publicado narrativa y poesía con obras como Donde nunca se hace tarde, El libro de los ángeles, El navegante que se quedó en Toledo, Síntesis o Travesía de la humedad, entre otros. Liébana fue galardonado en 2005 con la Medalla de Oro de Bellas Artes por su trayectoria creativa.

Y ahora esgrime en una mano Bestiamante con un propósito difícil de esquivar. "A mí me gusta mucho sorprender", dice. Las ilustraciones son parte fundamental del libro. "Soy pintor y tengo la suerte de haberme formado en Córdoba y en la campiña cordobesa. Esto es fundamental para un pintor porque ahí se mezcla lo popular con lo elitista y lo barroco. Yo recomiendo a muchos artistas que aprendan en Brasil y Andalucía. Toda la literatura y el arte de América del Sur y América Central viene de lo que se ha creado en España. Hay tradición. Porque donde no hay tradición no hay nada", comenta el autor de Bestiamante.

El paisaje andaluz se mezcla con las evocaciones de un pasado en el que las personas sólo obedecían a su corazón. O, por lo menos, así lo creían. Desde el caballero veneciano Casanova hasta el campesino más baqueteado. "En mi infancia tuve la suerte de vivir en Valenzuela, un pueblo alejado del mundo, sin tren, en el que se hablaba como en la época de Cervantes. Estuve también en Baena y en Cañete de las Torres. Y conté la llegada de Casanova a Priego de Córdoba. Cultivo mucho el absurdo", afirma.

Bestiamante lleva como subtítulo Asalto a la perfección. "La perfección es la muerte. Ni se puede tener un compromiso ni se puede ser perfecto. En esos pueblos, el cura tenía un hijo o una mujer. Y se veía natural. Ahora nos hemos convertido en unos puritanos tan pesados... Se miraba con tanta naturalidad a los cojos, a las personas que hablaban mal...", señala Liébana.

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"Pintar manchas"

El autor de Bestiamante cree que "desaprender es fantástico". "Respetar el dibujo de la figura es lo más noble. Pintar manchas es un callejón que no conduce a ninguna parte. Estoy contento de que exista ese tipo de pintura porque así hay algo contra lo que luchar. Me divierto con la persecución", agrega.

En Bestiamante hay ecos de una de las obras maestras del escritor y cineasta Jean Cocteau: la película La bella y la bestia. "Cocteau se quedaba corto al lado de mí. Lo que hago es un poco al estilo de Lewis Carroll y Tim Burton con La novia muerta. Estoy convencido de que enseño a gente que pinta mejor que yo. Los pintores españoles son los que mejor han desdibujado. Hay que ver lo que hace El Greco. El dibujo del Greco tiene la elegancia para llenar los cuerpos de espiritualidad. Hemos perdido mucho. La civilización ha matado la cultura", afirma. "Cuando fui a París en 1950, me fui como exiliado alegre. Yo no puedo comprometerme. No puedo con el compromiso, una de las cosas que más daño han hecho a la cultura española", añade.

Y termina con un recuerdo para el grupo Cántico. "Estábamos a cinco minutos de la Generación del 27 y vivíamos en Córdoba, que es el patrimonio de la sensualidad. Entras en una iglesia y es el olor de la sensualidad. El olor de la madera, la madreselva, el jazmín... Córdoba es una ciudad que parece un laberinto de calles. Hay algo allí donde se aprende mucho. Todo eso está en el aire. Basta que tú tires del hilo", concluye Liébana.

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