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Columna
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Hay una cosa que se llama Observatorio Andaluz de la Lectura. Es un apéndice o consecuencia del Plan Integral de Impulso de la Lectura 2005-2010, y consiste en un comité científico o mesa de sabios (dice la prensa) reunidos en torno a la persona del insigne José Antonio Marina, que conoce estos asuntos de la pedagogía. Por cuanto sé por campanas y cascabeles que suenan aquí y suenan allá, el comité científico lleva algunos meses reuniéndose en despachos y restaurantes y analizando estadísticas. Cotejando pruebas, sondeando exámenes, observando centros educativos al trasluz. Para alcanzar una conclusión ciertamente desasosegante: que la inmensa mayoría del alumnado de nuestra tierra padece "graves problemas de comprensión lectora". Es lo que hizo público José Antonio Marina el martes, después de un exhaustivo, microscópico estudio de la realidad educativa en Andalucía. Que la capacidad de nuestros niños y no tan niños para enterarse de lo que dicen los libros "deja mucho que desear"; que ese déficit se convierte en "trágico" cuando se alcanza el escalafón universitario, "la élite de la sociedad, una clase que se forma gracias a los recursos públicos que aportan los ciudadanos". Un observatorio, de la lectura o de las aves o de los barcos o de las constelaciones, suele hallarse situado en un lugar en alto, para poder otear mejor el horizonte. Tiene sus ventajas y sus desventajas, esto de estar en lo alto. Entre las primeras figura el hecho de poder mirar más lejos y reconocer, quizá, que detrás de las colinas se encuentra el mar. Entre los segundos está que no ves lo que tienes debajo, aunque se encuentre a un palmo de tus narices. Para enterarse de que la lectura tiene en Andalucía uno de sus puntos negros, todo un socavón, no hace falta ser José Antonio Marina ni confrontar gráficos sobre pizarras pintadas con rotulador: basta con darse un paseo por un centro público de enseñanza y asistir a las clases. Basta con escuchar un rato a los profesionales de la educación, esos que, según Marina, sufren una perenne anemia de motivación.

Otra sorprendente constatación que ha realizado el comité de sabios desde su observatorio es que toda la culpa de este raquitismo lector no se encuentra del lado de la Consejería de Educación. Ni siquiera de la de Cultura: hay otros imputados. Resulta que a pesar de las campañas de fomento de las letras y del capital público invertido, las medidas de la Administración no han alcanzado el efecto que se esperaba. Parece que aunque les metamos a los niños los libros con calzador en el programa educativo y aunque los pongamos a leer la cartilla en clase, no acaban por leer del todo, se olvidan, digamos, de leer en cuanto abandonan el colegio, como si leer fuera parte del mobiliario escolar y debiera dejarse en el centro con los pupitres, la pizarra y el mapa de Europa, hasta mañana o el lunes. Va a ser al final, según se desprende de la investigación rigurosamente científica de los miembros del Observatorio, que para que una persona le tome gusto a la lectura no basta con que le intimen sus maestros, por otra parte (según sabemos) pésimamente motivados. Va a ser que si el niño no ve libros en su casa, si no tiene cerca una biblioteca, si no le rodea una cultura lectora (gente que sostiene libros en el autobús, gente que conversa de libros, gente que se entusiasma con libros), va a acabar por no cogerle afición a los libros. Y así, el comité científico emplaza a otras consejerías, como tal vez las de Innovación o Bienestar Social, a que creen un tejido y una infraestructura de redes de lectores, a que conviertan la sociedad en una sociedad de lectores, porque de lo contrario el panorama se presenta de lo más crudo. Todo eso han descubierto José Antonio Marina y sus apóstoles desde lo alto de la torre del observatorio. En fin: ahora que sabemos que la luna es redonda, igual empezamos a pensar en construir cohetes para llegar hasta ella.

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