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Reportaje:

Libros que alientan los sueños

La Real Academia de Medicina de Sevilla reúne incunables y joyas de la edición

No es fácil imaginarse una reata de mulas transportando libros desde Francia y Alemania para nutrir los anaqueles de la Real Academia de Medicina de Sevilla, la primera que se funda en España, en mayo de 1700. Así llegaron probablemente hasta ella -ahora ubicada en la calle Abades desde 1976- joyas como el incunable Virtutibus herbarum, impreso en Maguncia en 1484, en los mismos talleres donde 50 años antes el herrero Gutenberg inventara la imprenta. Este libro, el único ejemplar del que por ahora se tienen noticias en España, es la joya de esta institución que reúne una decena de incunables (impresos antes de 1500) entre el millar de libros antiguos (los impresos antes de 1800) y los más de 13.000 volúmenes editados después, hasta hoy.

Fundada en 1700, fue la primera institución española de este tipo
Los investigadores frecuentan hoy el lugar en busca de documentación

El Virtutibus herbarum, dedicado a las plantas, tiene la particularidad de ser un libro ilustrado. Cada capítulo arranca con el dibujo coloreado de la planta correspondiente. "El verde parece reciente; pero también, mire usted, el amarillo y el violáceo... ¡están tan frescos! Son pinturas naïf, ¿verdad?", señala, sin ocultar su emoción, José María Montaña Ramonet, de 85 años, estomatólogo y académico responsable de la biblioteca desde hace 25 años. Y es que este es su templo, el lugar que él ha ido ordenando para que "quien lo desee pueda venir a investigar o a leer cuanto quiera". También son incunables el tratado de Fiebres, que sigue el Canon de Avicena, editado en 1498, y el tratado de Astronomía, de 1499.

Montaña Ramonet señala otras joyas, igualmente valiosas y de las que, además, se sabe que quedan muy pocos ejemplares en el mundo. El libro de los pájaros del Danubio (1726) es uno de ellos. Es apaisado (55 centímetros) y la representación a plumilla de las aves es tan perfecta que parecen fotografías. Hay asimismo otros libros de grandes dimensiones (superan el metro de ancho) en los que se representa el cuerpo humano.

Algunos premios Nobel de Medicina que visitaron en su día la Academia, como Fleming, "no salían de su asombro al observar el trazo perfecto en la unión de los huesos, por ejemplo", dice Montaña Ramonet, cuando observaban las distintas partes del cráneo dibujadas. Y un libro especial es el que recoge en dibujos y miniaturas los fastos de las bodas reales entre Felipe V e Isabel de Farnesio en 1714. Es singular, además, porque representa al monarca que le otorgó a la Academia tal rango y la dotó, en 1729, cuando la Corte estaba en Sevilla, del equivalente en dinero al resultado de subastar "cien toneladas anuales", de algunas de las mercancías procedentes de América, que arribaban, entonces, a Sevilla.

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Como cualquier biblioteca de esta guisa, "hecha a base de muchas donaciones también", precisa el bibliotecario, esta tiene, lógicamente, ejemplares raros y heterodoxos, no solo de las distintas disciplinas que abarcan la ciencia y la medicina, también sobre cómo ha de vestir la mujer elegante en el siglo XVIII o de licantropía.

La Academia de Medicina de Sevilla reúne una colección de retratos reales, pinturas religiosas y científicas; también un modesto museo con algunos aparatos antiguos. Pero, quiza, lo que más llame la atención en ella, aparte de sus libros, son las peripecias vividas por los socios en estos tres siglos. Algunos se llevaban a casa los libros -hoy está prohibido- y no los devolvían; hasta que un día les remordía la conciencia y acudían a su confesor. "Las obligaciones del bibliotecario", reza en una ordenanza de entonces, "son cuidar de tener los asientos necesarios con todo recado de escribir y luz en caso de tanta urgencia de algún socio que le sea preciso de noche valerse de la librería". Es decir, para una consulta científica la Academia siempre estuvo abierta.

Hoy, sin embargo, quienes más la frecuentan son los investigadores; algunos con estudios muy peregrinos... "Hace poco vino un señor de California que andaba buscando documentación sobre el traslado de enfermos de América a Europa", recuerda Montaña Ramonet. "Con lo que se tardaba entonces... Morirían casi todos". No ocurrió así con un botánico catalán del que se ignora su nombre, pero del que se cuenta que "tardó más de tres meses en llegar desde su tierra a Sevilla en un invierno muy largo y de lluvias". Pero llegó y lo contó. Y quedó para siempre escrito en uno de estos viejos libros.

Sala de reuniones de la Real Academia de Medicina de Sevilla, el pasado miércoles.
Sala de reuniones de la Real Academia de Medicina de Sevilla, el pasado miércoles.ALEJANDRO RUESGA

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