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Columna
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Machismo genético

¿A quién va a votar?, le preguntó la periodista Virginia Custodio a una mujer de Almendralejo. "No lo sé, mi marido me da el sobre con el voto dentro", contestó la señora.

Fue el pasado viernes. Un día en el que se amontonaban hachazos contra la igualdad entre mujeres y hombres. Escuchaba el reportaje que emitía el programa de Carles Francino, Hoy por hoy (Cadena Ser), mientras leía en este periódico que en La Jonquera (Girona) se abría el mayor prostíbulo de Europa: 2.700 metros cuadrados con 80 habitaciones y 160 jóvenes prostitutas, la mayoría inmigrantes.

En Sevilla, docenas de antiabortistas gritaban asesinos a los 600 expertos, procedentes de medio centenar de países, que asistían al 9º Congreso Internacional de Aborto y Contracepción. Allí se recordó el cierre gubernativo, hace ya 30 años, de la primera clínica española que practicó abortos, seguros y clandestinos, ubicada en Sevilla. Tres años después, en 1983, el gobierno socialista de Felipe González aprobaba la primera ley de despenalización del aborto.

El pasado viernes, también, todos los medios informativos se hacían eco de las intolerables palabras del alcalde de Valladolid contra la recién nombrada ministra de Sanidad, Leire Pajín. El popular Francisco Javier León de la Riva dijo textualmente de la nueva ministra: "Va a repartir condones a diestro y siniestro por donde quiera que vaya y va a ser la alegría de la huerta. Cada vez que veo esa cara y esos morritos, pienso lo mismo, pero no lo voy a decir". Lo dicho era más que suficiente. A Javier Arenas, la coz propinada por su compañero le parecía un "mínimo empujón" a los socialistas, que son unos "quejicas" y por eso armaron tanto ruido. Lo de Rajoy y Gallardón fue peor: mostraron su apoyo al alcalde machista.

Meditaba sobre estas noticias que atentan contra la dignidad y la igualdad de la mujer y el error cometido por el presidente Zapatero al eliminar dos días antes el Ministerio de Igualdad. El símbolo más justo y progresista de su presidencia.

La existencia aún de mujeres que votan lo que les dice el marido; la trata incesante de mujeres explotadas sexualmente; los ataques de la España más integrista contra el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo o el insulto soez y machista que la derecha más cutre dirige desde hace tiempo a las mujeres del gobierno socialista, son la penosa expresión de que la igualdad aún no se ha logrado. De que ese ministerio era necesario.

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Ha sido precisamente la hasta ahora ministra de Igualdad, la gaditana Bibiana Aído, la que más duros ataques ha recibido de esa derecha grosera y rancia. Dirigentes del PP y su pelotón de comentaristas palmeros la han acosado con saña desde el primer día que ocupó el ministerio. Dicen que porque era innecesario. En realidad, lo que les molestaba no era el ministerio, sino la igualdad.

Lo que irritaba a esa derecha que lleva el machismo en sus genes, como recordó el vicepresidente Rubalcaba, es que Aído levantara un ministerio de la nada, con poca gente y menos presupuesto. Que extendiera las políticas de igualdad al resto del Gobierno. Que colocara en el centro del debate la violencia de género. O que España tuviera, al fin, una ley de aborto digna de tal nombre.

Por ello, la desaparición del ministerio es un error. No hay más que ver con qué alegría ha sido recibida la noticia por la caverna: han cobrado por fin la pieza que perseguían. Miles de mujeres y hombres se sienten hoy frustrados con la decisión del presidente. Solo queda una esperanza: que desde la secretaría de Estado en la que se ha convertido el desaparecido ministerio, Bibiana Aído siga siendo el centro de las iras de la derecha neomachista, como la bautizó Amparo Rubiales. Eso significará que cabalgamos, que seguimos avanzando en igualdad.

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