_
_
_
_
_
Convención municipal socialista
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Malhumor

Es triste asistir, aunque sea de lejos, a la discusión política en el Parlamento andaluz, entre la trama Gürtel y la red de los ERE, algo que sonaría enigmático, el vocablo alemán y la letra-sigla, ERE y Gürtel, si no supiéramos lamentablemente qué significa esa jerga. La conversación entre la gente de los partidos políticos se ha convertido en una disputa sobre delincuencia, y, en sus debates caníbales, a dentelladas, populares y socialistas se acusan mutuamente de ladrones. De ideas y programas políticos hablan poco, como si en ese terreno sus diferencias fueran tan minúsculas que no merecieran exponerse en público. Parece que PP y PSOE solo compiten de verdad a propósito de quién se merece más el descrédito y la cárcel.

Más información
El PSOE presume de limpieza frente a la corrupción

Estas cosas se repiten periódicamente con la monotonía de la costumbre, pero siguen desmoralizando a los ciudadanos. Los desaniman en una época ya muy desanimada en sí misma. ¿En poder de qué personajes estamos?, piensan los más pesimistas. El consejero de Empleo andaluz, Manuel Recio, sintoniza con los votantes cuando se confiesa engañado, indignado y avergonzado por los sinvergüenzas que se hayan aprovechado del dinero público en el caso de los ERE. Para el PSOE, no tiene culpa el partido gobernante, el PSOE, sino unos cuantos desaprensivos que fatalmente pertenecían al partido. Nada sabían de los manejos fraudulentos los consejeros ni el presidente de la Junta de Andalucía.

El verdadero problema político, sin embargo, no es si sabían o no sabían, si debían o no debían saber, si una mano no sabía lo que hacía la otra, si la cabeza no sabía lo que hacían las manos. El problema es otro. En treinta años de Gobierno, el PSOE se ha fundido con las instituciones autonómicas, instituciones creadas, modeladas, cortadas y cosidas a medida del partido en el Gobierno. El poder excesivo no admite trabas, es insaciable. Cuanto menos control sufre, más le pesa cualquier control por mínimo que sea y menos control quiere. Y, si la Intervención de Hacienda pone problemas al reparto de fondos públicos para empresas enfermas porque no se respetan los procedimientos que establece la ley, se inventa un modo de sortear el control de la Intervención de Hacienda. Entonces aparecen los desaprensivos que tanto nos avergüenzan.

Y cunde entre la población la desconfianza en el partido gobernante, y en sus clientes, sus amigos, sus familiares, sus socios políticos y económicos, categorías que a veces coinciden en un solo afortunado. Y el partido pierde el afecto ciudadano, incluido el de sus votantes de siempre, que se debaten entre la frialdad, la pereza afectiva y la desconfianza total. El distanciamiento es recíproco, porque los socialistas consultan las entrañas de las encuestas, y se indignan. Se encaran con los ciudadanos desafectos: ¿Cómo podéis mirarnos así, vernos así? El malhumor es general: el PSOE se disgusta con los ciudadanos desconfiados; los ciudadanos se apartan del PSOE omnipotente durante años y años. El único elemento feliz del drama es el PP.

En esta situación, bajo el peso del entorno descorazonador, se reúnen en Málaga 1.500 militantes socialistas en convención municipal, iluminados y amplificados por 200.000 vatios de luz y sonido. Es un momento malo para la propaganda, porque los socialistas han empezado a pelearse entre sí, como siempre pasa en los grupos humanos cuando se presentan épocas de inseguridad y tribulación. Responsables provinciales se rebelan ya contra los responsables regionales, que no saben con quiénes están los responsables nacionales. Quizá lo aclare el ministro Blanco, a quien se le ha puesto cara de cardenal-regente, y llega a Málaga en lugar del perdido Zapatero. Si ha aprendido de la Iglesia Católica, el PSOE negará toda culpa como institución, condenará y apartará a algún hijo descarriado, y seguirá fiel a sí mismo por los siglos de los siglos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_