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Columna
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Memoria histórica

No creo que la transición española a la democracia se edificara sobre el olvido, como se viene repitiendo machaconamente desde hace unos años. En la transición estuvo presente ¡y de qué manera¡ lo que había sido la historia contemporánea de España en general y la de los años treinta en particular. Fue el recuerdo de ese pasado, que en la transición todavía ni siquiera lo era, ya que seguían en pie las instituciones de que se había dotado el régimen del general Franco para administrar la victoria en la guerra civil, el que condujo a la sociedad española en cuanto pudo expresarse en toda su complejidad mediante el ejercicio del derecho de sufragio, a buscar y alcanzar un consenso, que hiciera posible la aprobación de una Constitución primero y el asentamiento de un Estado democrático después. Hubo ejercicio de memoria a lo largo de todo el proceso, antes de que empezara la transición propiamente, durante todo el tiempo que duró la "voladura controlada" de las instituciones del antiguo régimen y durante todo el tiempo de elaboración parlamentaria de la Constitución y de su inicial puesta en marcha. Gracias a ese ejercicio de memoria fue posible pasar de la dictadura a la democracia y construir un sistema político, en el que se ha producido el mayor respeto de los derechos fundamentales de toda nuestra historia así como el más regular ejercicio de los poderes públicos y el reconocimiento del derecho a la autonomía de las diversas nacionalidades y regiones que integran España.

La memoria en la que descansó la tradición fue, pues, extraordinariamente fructífera. Nos ha dado los mejores decenios de la historia contemporánea de España.

Ahora bien, fue una memoria sesgada, sumamente incompleta y, en consecuencia, extraordinariamente injusta con una parte muy considerable de la sociedad española. La extraordinaria generosidad de esa parte fue la que hizo posible en buena medida la transición. En la transición se hizo un cierto ajuste de cuentas con nuestro pasado, pero quedó una parte muy importante de nuestro pasado con el que la democracia española no ajustó cuentas en ese momento y sigue sin haberlas ajustado todavía hoy.

Y tiene que hacerlo. No se puede construir indefinidamente una convivencia pacífica sin que el pasado haya sido asumido en su integridad. Y asumido de manera oficial, es decir, mediante actos del poder del Estado, esto es, de los poderes democráticamente constituidos.

En otros países que han pasado por circunstancias traumáticas similares a las que pasamos en España en los años treinta, bien sea mediante investigaciones en sede parlamentaria, bien sea mediante decisiones del poder judicial, se ha acabado definiendo por parte de dichos poderes la verdad de lo que ocurrió en aquellos años. Y es con base en esa verdad oficial, como se ha construido la convivencia democrática.

Esto queda por hacer en España. Se están dando pasos y en esta semana pasada se ha dado uno significativo en Andalucía con el que ha sido denominado "Primer Pacto para la Memoria Histórica", en un encuentro celebrado en Granada bajo la presidencia de la consejera de Justicia, Begoña Álvarez, con colectivos que llevan ocupándose de la recuperación íntegra de dicha memoria desde hace años.

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Es un paso que va a en la buena dirección, pero que no es suficiente. Hasta que no haya decisiones de los poderes del Estado, bien sea las Cortes Generales, que sería lo más deseable, o del poder judicial, que anule todos los juicios mediante los cuales se practicó la represión de los vencidos en la guerra civil, el problema dejará de estar resuelto y se nos presentará periódicamente enturbiando la convivencia y avergonzándonos como sociedad que se dice democrática.

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