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Columna
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Palanco

José Palanco Romero fue catedrático de Historia en la Universidad de Granada. La verdad es que fue, y ésa es una de las paradojas de su vida truncada, muchas cosas más. Representante de una tradición de historiadores que quiso hacer de la cátedra un ámbito profesional riguroso, y no un trampolín para otros cargos públicos, los vendavales históricos de España lo convirtieron además en alcalde de la ciudad y en diputado por Acción Republicana.

Hubo épocas en las que al mismo tiempo desempeñó labores de decano de la Facultad de Filosofía y Letras, alcalde y parlamentario en Madrid, con un papel muy activo en las Cortes Constituyentes y en los debates sobre la reforma agraria. En la Granada de las primeras décadas del siglo XX, nadie hubiera profetizado que José Palanco se iba a convertir en uno de los hombres de confianza de Azaña. Militante activo del catolicismo social y casado con Lola Burgos, una mujer perteneciente a la alta sociedad y a una familia con grandes propiedades rurales, este historiador decente y riguroso se desplazó poco a poco al republicanismo cuando sus iniciativas evangélicas y sus ideas sobre la justicia humana chocaron con una iglesia intransigente que no quería perder ninguno de sus privilegios y representaba los intereses caciquiles más reaccionarios. Entonces fue perseguido por la prensa clerical, y tuvo que defenderse con afirmaciones como éstas: "El clero cuando realiza su labor evangélica de paz, amor y caridad es una institución respetable, hasta digna de elogio. Pero cuando quiere actuar fuera de la esfera que le está reservada; cuando quiere mediatizar la escuela, el instituto, la universidad, quiere dirigir el municipio y no respeta ni aún la soberanía nacional, entonces el clero es un elemento perturbador que engendra la guerra civil y pierde toda su autoridad moral".

Hay muchas cosas en la historia de Palanco que tienen que ver con la vida actual de los granadinos. No me refiero sólo a la actitud del clero, sino a numerosos proyectos universitarios y municipales de entonces que son hoy una realidad. Sin embargo, la memoria de José Palanco había desaparecido por completo, y por eso es muy destacable que otro historiador, Miguel Gómez Oliver, conocido también por su labor en la gestión universitaria y en la ilusión política, haya publicado una biografía rigurosa sobre esta importantísima figura del pasado granadino. Se trata, además, de una biografía estremecedora. Palanco fue detenido pocos días después del golpe de Estado de 1936, tratado brutalmente delante de su familia, encarcelado y asesinado en la madrugada del 16 de agosto. Estremece comprobar una vez más la crueldad con la que los militares golpistas se comportaron en una ciudad derrotada. Cuando nos preguntamos por qué no huyeron de Granada personajes como García Lorca o Palanco, debemos entender la perplejidad paralizadora ante una barbarie desconocida en la historia contemporánea. El golpe y la dictadura de Primo de Rivera habían sido una simple molestia nacional, un motivo de pequeños altercados universitarios y municipales, una broma si se comparan con la represión de 1936. Franco, Queipo y Valdés dieron órdenes a las tropas rebeldes para que pasaran a cuchillo por Granada. De pronto la ciudad se quedó sin su rector, sin su alcalde, sin su gobernador militar, sin su director de periódico, sin su poeta, sin muchos de sus catedráticos, políticos y sindicalistas. Estremece también que se pasara a cuchillo por la historia con una sentencia perdurable de odio y silencio. Parece mentira que un personaje tan decisivo en la ciudad, clave en la vida universitaria, municipal y política, hubiera desaparecido completamente. Hay que agradecerle a Miguel Gómez Oliver y a su libro José Palanco Romero. La pasión por la Res Pública (Universidad de Granada) esta utilísima afirmación contra el olvido.

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