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Columna
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Pérez Siquier

A pesar de que es un fenómeno suficientemente estudiado -hay, incluso, varios trabajos académicos dedicados al asunto-, sigue pareciéndome un prodigio que la vanguardia fotográfica española de finales de los años cincuenta, de la que aún seguimos siendo herederos, se impulsara desde un lugar tan remoto como Almería.

Estos portentos suelen obedecer a iniciativas exclusivamente personales y no cabe duda de que aquel movimiento tuvo su clave en el fotógrafo -pluriempleado entonces como funcionario de banca- Carlos Pérez Siquier, que desde Almería creó el grupo y la revista Alfal e imantó el interés de un puñado de catalanes y madrileños cuya obra sigue estando entre lo más grande de la fotografía española: Oriol Maspons, Xavier Miserachs, Cualladó, Schommer, Masats...

Entonces, como ahora, Almería era un lugar excéntrico, lejos de cualquier lugar. Pero, además, era casi meca y referente del subdesarrollo a la que venía a peregrinar la mismísima Simone de Beauvoir, acompañada del joven Juan Goytisolo. El tracoma era una enfermedad endémica y los almerienses recibían del resto de los andaluces el humillante apodo de "legañosos".

No es raro que Pérez Siquier, en la ola neorrealista-documentalista del momento, se fijara en el lugar más mísero de su ciudad, La Chanca. Pérez Siquier no escondía la miseria, pero trataba de resaltar la esperanza: en sus fotos de entonces no se ven niños con los ojos destrozados por la enfermedad, sino miradas bellas, limpias y llenas de esperanza.

Pero ahí no acaba su trabajo. Inquieto, Pérez Siquier ha ido experimentándolo todo. Junto a Ontañón, fija la imagen exterior del turismo español de los sesenta y paralelamente va forjando un pop español avant la lettre, que se inspira en elementos paisajísticos y decorativos u objetos del momento.

Definitivamente, Pérez Siquier se convierte en uno de los grandes y así es visto por sus colegas, aunque el fotógrafo no abandona nunca su vida retirada. ¿Para qué? Al fin y al cabo los elementos que le inspiran están, como mucho, a una veintena de kilómetros de su estudio de la Rambla almeriense.

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Hace poco, rebuscó entre sus negativos y nos regaló una exposición insólita sobre paredes medianeras, en la que resucitaba su mejor pop y su soterrado sentido del humor. Hace un año lo conocí en Almería. Sabiendo que, a sus 72 años, nunca para de trabajar le pregunté en qué andaba ahora. "Me subo a los trenes con una cámara pequeñita y hago fotos a través de la ventanilla", dijo quitándose importancia y como única explicación.

El fruto de este trabajo ya está aquí: es un libro que se llama "Almería-Granada-Sevilla", que acaba de editar la Consejería de Obras Públicas y que muestra al Pérez Siquier más joven y arriesgado: paisajes en movimiento continuo, estaciones fantasmagóricas al atardecer, miradas ansiosas o esperanzadas que se pierden en el reflejo de las ventanillas, la velocidad como algo sin sentido. Esto, y mucho más, es lo que ha conseguido este andaluz brillante, tímido y olvidado subiéndose a los trenes "con una cámara pequeñita".

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