Puentes bajo los invernaderos
Unos cursos tratan de acercar a agricultores e inmigrantes
Hace algo menos de una década, cuando los primeros autobuses cargados de trabajadoras polacas llegaban a los campos freseros y citrícolas de Huelva, nadie se imaginaba que aquel paisaje de plásticos e invernaderos estaba a punto de convertirse en una suerte de Babel donde iban a convivir múltiples nacionalidades, culturas, tradiciones e idiomas.
Desde entonces, los retos a los que se han enfrentado los agricultores andaluces y los trabajadores inmigrantes para salvar sus problemas de comunicación han sido enormes. Y siguen siéndolo. Por eso, con el fin de avanzar en la mejora de las relaciones interculturales en los tajos con fuerte presencia inmigrante, se desarrollan cursos de sensibilización y acercamiento entre patronos y jornaleros.
"El principal problema es sencillo: la barrera del idioma"
El viernes por la tarde, en la finca de Frutas Martín, en Lepe, el miembro del Consorcio de Entidades para la Acción Integral con Migrantes, Javier Pérez y la representante de la Fundación Sevilla Acoge, Julia Martínez, iniciaron la fase del encuentro centrada en los propios trabajadores. Más de medio centenar se reunieron en una de las naves de la empresa agraria.
"El principal problema es sencillo: la barrera del idioma", dice Julia Martínez. A los dos encargados de las charlas les sorprendió comprobar que algunas de las soluciones que se plantean para responder a las tensiones estaban siendo aplicadas de manera espontánea por muchos de los empresarios. "Aplicando simplemente el sentido común habían llegado a las mismas conclusiones y habían optado por aplicar sus propias estrategias que son perfectamente válidas", dice Javier Pérez. Soluciones como la de conseguir que en las cuadrillas de trabajo haya representantes de cada nacionalidad y que tengan distintos niveles de español, con lo que éstos se pueden ayudar más fácilmente entre sí y evitan los guetos.
Y bajo los invernaderos se dan historias verdaderamente paradójicas, como la de la marroquí Samira el Maaroufy, quien recordaba el viernes que aprendió antes a hablar el rumano que el castellano y que, luego, a sus compañeras rumanas les resultó más fácil enseñarle español. Samira trabaja para José Antonio Martín, dueño de la empresa en la que se dieron las charlas del viernes a los trabajadores. Compañera de la misma empresa, como la rumana Cecila Husanu reconocen que se puede dar algún episodio de tensión, "pero hablando siempre se llega a una solución".
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