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Columna
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Repetidores

Empieza el curso escolar. También empieza un nuevo curso social para España y Andalucía. Durante algunos años hemos vivido con la pedantería de los empollones. Con orgullo infantil de nuevos ricos, nos sentíamos sobresalir, nos calificábamos con un sobresaliente a la hora de hablar de modernización y progreso, comparándonos con otros países europeos. Italia había quedado superada gracias a la inestimable colaboración de Berlusconi, y ya estábamos pisando los talones de Francia.

Luego llegó la crisis. Se trataba de una crisis general, provocada por el capitalismo especulativo, el resultado de la avaricia de una élite que se olvidó de la creación de riqueza a favor de unos negocios de ingeniería mercantil dirigidos a concentrar las ganancias en pocas manos. Y era verdad, el capitalismo real y salvaje enseñó su colmillo y dejó a la luz la codicia de los bancos y sus ejecutivos. Resultó una crisis grave, descarnada y general.

Ahora se hacen públicos los primeros datos de la recuperación económica europea y las nuevas cifras del paro en España, muy negras por lo que se refiere a Andalucía. El paro subió en agosto. Con un sabor agridulce, después de aceptar la seriedad de la situación, las autoridades recuerdan que agosto es un mes negativo para el empleo. También es verdad, pero el consuelo parece triste e inquietante si pensamos en su significación real. Primero: agosto es un mes malo porque acabada la estación turística muchos contratados temporales son despedidos. Este dato no hace más que resaltar la precariedad de nuestro estado laboral. Segundo: agosto es un mes malo sobre todo desde que empezó a dominar la burbuja inmobiliaria en la economía española. Muchos empresarios de la construcción, para ahorrarse el mes de vacaciones, despedían a sus trabajadores en agosto y volvían a contratarlos en septiembre. Tercero: que el sector más afectado este año sea el de servicios pone de relieve la crisis radical de la construcción, pilar único en el que se había fundado el gran orgullo de nuestra economía y las grandes cuentas de resultados, vía hipotecas al por mayor, de los bancos.

En los pueblos turísticos andaluces, detenida la construcción, la economía de muchas familias se sostiene por el trabajo doméstico de las mujeres que limpian las casas de los veraneantes.

Y es que no hicimos bien los deberes mientras pudimos. No somos uno de los grandes, no estamos en las economías fuertes del mundo. El sistema productivo que aceptamos para progresar era muy débil, no creó tejido social, no facilitó la preparación de los trabajadores, determinó la precariedad laboral y alimentó una avaricia especulativa que ha dañado de forma miserable nuestras costas y que no ha servido para consolidar una económica segura. No basta con aludir a la crisis general del capitalismo para entender nuestras cifras de parados. Tenemos que tomarnos muy en serio la responsabilidad de nuestro sistema productivo.

Por eso volvemos al curso social como repetidores de unas asignaturas en las que hemos recibido malas notas. Hay que cambiar de modelo. Conviene que perdamos la sonrisa empollona de los sobresalientes y que nos planteemos nuestro calendario con la humildad de los que necesitan superar errores, encontrar nuevos métodos para aprobar.

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Tomemos en serio la palabra humildad. Eso significa, en primer lugar, que seamos conscientes de la mala situación por la que pasan muchas familias. No podemos anegar en el debate político la subida de impuestos para cubrir gastos sociales o la aprobación de nuevas prestaciones para los trabajadores parados. En segundo lugar, no queramos salir de esta crisis volviendo a las dinámicas envenenadas de la construcción salvaje. Un enyesador en descapotable de lujo no es un buen síntoma de salud económica.

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