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Columna
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Resentido y rencoroso

Pocas veces había escuchado a Manuel Chaves utilizar un lenguaje tan duro y directo contra Javier Arenas. Aunque de forma educada, las respuestas del vicepresidente restallaban como latigazos en La Ventana de la SER, la tarde del pasado jueves.

Falto de escrúpulos, políticos y humanos. Resentido y rencoroso. Así calificaba Chaves a quien ha sido durante casi 20 años su principal adversario político.

¿Qué había sucedido para que el habitualmente hombre tranquilo que es Chaves sacara del diccionario los más contundentes adjetivos para calificar a Arenas?

Lo que había sucedido es que el Tribunal Supremo había dado carpetazo unas horas antes a la infundada acusación contra el ex presidente de la Junta maquinada por Arenas. Por fin, tras casi nueve meses de espera, el alto tribunal concluía que la querella por prevaricación interpuesta por el PP contra Chaves se basaba en simples "conjeturas". El auto certifica que el expediente por el que se concedió una subvención a la empresa donde trabajaba su hija aparece "correctamente tramitado".

La idea de plantear una querella contra el recién nombrado vicepresidente tercero del Gobierno central cumplía un doble cometido en la enfermiza mente de sus impulsores: enfangar la campaña electoral de los socialistas a las elecciones europeas y, de manera muy especial, tapar (o intentarlo) el mayor escándalo de corrupción surgido en los últimos años en España: el caso Gürtel. Un escándalo que afecta a docenas de dirigentes, diputados, senadores, alcaldes y concejales, todos ellos del PP.

Arenas desempolvó un viejo expediente, por el que ya habían preguntado en el Parlamento andaluz meses antes, y amañó, con la inestimable ayuda de ese prodigio de la abogacía que es Federico Trillo, la querella contra Chaves. Según ellos, el entonces presidente de la Junta habría prevaricado al dar el visto bueno a un incentivo de 10 millones de euros a la empresa Minas de Aguas Teñidas SAU (Matsa), en cuya asesoría jurídica trabajaba su hija Paula.

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La subvención había sido concedida, al igual que a decenas de otras empresas andaluzas, por la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía, dependiente de la Consejería de Innovación. El expediente completo había sido entregado a diputados del PP cuando éstos lo solicitaron. También tuvo acceso a él la prensa. Se actuó con total transparencia.

Pero enfrente había mala fe. Jaleados por un periódico que durante años ha intentado manchar la limpia trayectoria política de Chaves y que para ello no ha dudado en investigar obsesivamente a sus hermanos sin resultado alguno, los dirigentes populares machacaron sin piedad al vicepresidente. Arenas llevó el asunto al Senado y al Congreso.

La idea no era descabellada: para compensar la marea del caso Gürtel, que asfixiaba a destacados dirigentes del PP, se montaba un falso caso Matsa. Poco importaba que se hiciera un daño irreparable a una joven ajena a la política, que iniciaba su carrera profesional como abogada. A Arenas no le importa jugar con la familia, cuando es preciso para sus fines políticos.

Lo había hecho años antes, en el verano de 1994, cuando orquestó una monumental campaña en contra de la familia Chaves para que desalojara la casa Sundheim, sede de la presidencia del Gobierno andaluz. Era la típica reacción del perdedor: Arenas acababa de sufrir la primera de sus tres derrotas frente a Chaves.

De entonces a hoy, la obsesión enfermiza de Arenas con Chaves no ha tenido límites. Por ello, es inútil que desde las filas socialistas se le exijan disculpas ante quien ha sido injustamente acusado. En palabras de Chaves, "ni los dirigentes del PP, ni Arenas tienen la categoría y dignidad suficientes y necesarias para hacerlo".

Lo que sí atesoran es rencor y resentimiento. Lo peor para estar en política.

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