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Columna
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El día del paro

Edgar Cejas Díaz no podrá celebrar hoy el Primero de Mayo. El Día Internacional del Trabajo es para este boliviano de 39 años un día muy triste: acaba de ser despedido.

Edgar salió de Santa Cruz de la Sierra, una hermosa ciudad situada en los llanos orientales de Bolivia, en busca de una vida mejor para su hija de cinco años. Pasó tres años en Buenos Aires antes de recalar en Sevilla. En su ciudad natal, era contratista. Aquí, un simple peón de albañil. Hasta que hace unos días le despidieron. Ahora es un hombre en paro.

Edgar tenía un contrato de un año. Sus papeles están en regla. Pero al encargado de la obra en la que trabajaba, en Sevilla, no le debían gustar mucho los inmigrantes como Edgar, al que llamaba "indio", y lo puso de patitas en la calle. "Creo que me han echado por puro racismo", me decía Edgar día después.

El drama de Edgar no es único. Casi 2,2 millones de trabajadores están en España en su misma situación: sin empleo. Hace 119 años, el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional decretó el Primero de Mayo como Día Internacional del Trabajo. Para Edgar y cientos de miles de asalariados más, hoy, sin embargo, es un día amargo.

Hace unos días, los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) certificaban las peores previsiones para el mercado laboral. Un cuarto de millón de personas ha perdido su empleo en el primer trimestre del año en España. En Andalucía, 400 trabajadores se sumaban cada día a las angustiosas listas de paro.

A ninguno de estos hombres y mujeres les reconforta que los especialistas hayan advertido sobre la gravedad de la crisis económica. Lo que ellos necesitan es un trabajo. Esa debe ser la mayor preocupación de los dirigentes políticos, empresariales y sindicales. El trabajo es un derecho irrenunciable. "El trabajo es el principal factor de integración social para las personas", comenta a este periódico Francisco Carbonero, secretario general de Comisiones Obreras (CC OO) en Andalucía.

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Las elecciones generales y autonómicas están recientes. Aún se recuerdan algunas promesas que hoy suenan utópicas: "Andalucía alcanzará el pleno empleo en un plazo de entre cinco y siete años", afirmaba durante la campaña el candidato Chaves. A primeros de año, la tasa de paro estaba en el 12,5%. Hoy se sitúa en el 14,8%. Hace dos días, el vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda, José Griñán, rebajaba las previsiones de crecimiento en un punto (del 3,4% al 2,4%) y aseguraba que los 100.000 nuevos puestos de trabajo previstos se quedaran en menos de la mitad.

Los años de bonanza se acaban. Al menos, temporalmente. Algunos ven el final de este negro túnel para finales de 2009. Pero ni Edgar ni ninguno del medio millón de andaluces sin faena puede esperar.

Lo primero que hay que hacer es garantizarles que el Estado no les fallará. El sábado, el presidente Zapatero reafirmaba ante los dirigentes socialistas que las políticas sociales no corren peligro, que está garantizada la cobertura del desempleo. Habrá que confiar, de momento, en su palabra.

En segundo lugar, urge tomar medidas para que los trabajadores que están siendo despedidos, fundamentalmente en los sectores inmobiliario y de la construcción, sean absorbidas por los sectores que aún demandan empleo: servicios, industria, infraestructuras.

Siguiendo al líder de CC OO Francisco Carbonero, "hay que reorientar el modelo de crecimiento". Sindicatos y empresarios, con el Gobierno andaluz de motor, deben dar un nuevo impulso a la concertación social, que ha arrojado excelentes resultados en la comunidad en los últimos años. En el periodo 2004-2008, esa colaboración produjo 591.000 nuevos empleos, de los que 309.000 fueron ocupados por mujeres.

Edgar y el medio millón de andaluces parados demandan y se merecen ese esfuerzo.

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