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Columna
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La igualdad no puede esperar

El modelo de convivencia que empieza a imponerse en Inglaterra, Estados Unidos y en la parte occidental del continente europeo desde finales del siglo XVIII y que ha acabado siendo reconocido como el menos malo de todos los que se han conocido a lo largo de la historia de la humanidad, descansa en el principio de igualdad. Todas nuestras instituciones políticas y todas nuestras normas jurídicas deben ser expresión de dicho principio. Los seres humanos son iguales. Como consecuencias de que son iguales, son libres, es decir, portadores de una voluntad propia, que no puede quedar reducida a instrumento de una voluntad ajena. Y como consecuencia de que son iguales y libres, entre ellos no debe existir otra forma de relación que no sea el acuerdo de voluntades, el pacto, el contrato.

Este es el fundamento en el que descansa la sociedad individualista y el Estado constitucional. La igualdad es el centro de gravedad tanta de la una como del otro.

Es obvio que una sociedad igualitaria y libre y un Estado que sea expresión genuina de la misma no han existido nunca. Pero no lo es menos que las sociedades de hoy son mucho más igualitarias y libres que las del pasado, las de los siglos XIX y XX. Y que ha sido el avance de la igualdad jurídica y, como consecuencia de ello, el de la libertad personal, lo que está detrás de los avances de tipo material que se han producido en dichas sociedades. El avance de la igualdad no solamente es un avance moral, sino que también tiene su expresión en el terreno material, de más y mejor satisfacción de las necesidades que tenemos los seres humanos.

En España tenemos un muy buen ejemplo. Nuestro país, como consecuencia de la Guerra Civil y de la prolongación extraordinaria del régimen del general Franco, se quedó descolgado del avance extraordinario del principio de igualdad que se produjo en Europa occidental tras la II Guerra Mundial y de ahí que, cuando muere el general Franco, la estructura de la sociedad española se pareciera más a la de los países sudamericanos, que a la de los países europeos. La recuperación de la democracia ha conseguido a lo largo de estos algo más de 30 años cambiar ese estado de cosas y aproximar España a los demás países europeos occidentales, aunque todavía no lo hayamos conseguido del todo.

No creo que nadie pueda discutir que el camino recorrido por España en estos años de democracia ha sido grande, que la recuperación de la igualdad jurídica ha conducido no solamente a que la sociedad sea más justa, sino además a que nuestra economía sea más productiva. La igualdad es rentable económicamente.

Ahora bien, si hemos avanzado mucho en estos algo más de 30 años, todavía es mucho el camino que nos queda por recorrer. Hay muchas discriminaciones que perviven y que, como dijo con mucha razón el presidente José Antonio Griñán en su segundo discurso en el congreso extraordinario en el que fue elegido secretario general del PSOE andaluz, hay que ir suprimiendo, a fin de construir una economía con base en el principio de igualdad de oportunidades, que es el motor más efectivo de desarrollo económico que se ha conocido en la historia.

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De ahí que no sólo no comparta sino que no pueda ni siquiera entender que el presidente de la patronal andaluza, Santiago Herrero, haya sostenido que debería de suprimirse el plan de igualdad, porque "a lo mejor en estos momentos hay que concentrar los esfuerzos en otros temas". Es la posición más reaccionaria, más retrógrada, que puede mantenerse en estos momentos. Justamente en estos, porque son momentos de crisis. La igualdad no puede esperar.

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