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Columna
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El novelista Serrano

A los prejuicios, a la intransigencia, a la xenofobia y al machismo se le llama ahora "ir con la verdad por delante". Los que exhiben estos planteamientos no necesitan argumentos ni estadísticas. Descalifican cualquier información contrastada, dicen que las fuentes oficiales están amañadas y apelan a argumentos tan contundentes como "está en la calle" o "todo el mundo lo sabe". Se consideran héroes y portadores de una verdad popular, reprimidos por una Inquisición de progres que han impuesto "el pensamiento único" o "la dictadura de género" a toda la sociedad.

Apoyados en los sectores políticos, ideológicos y mediáticos más reaccionarios; engrandecidos y defendidos a tutiplén por el pensamiento conservador; manipulan los conceptos hasta un extremo grotesco pero eficaz, sólo con el fin de hacerse pasar por nuevos rebeldes, atractivos y valientes. Pero no hay un átomo de rebeldía, de valor ni de honradez intelectual en sus afirmaciones, sino viejos prejuicios, rencores y oposición a los nuevos tiempos.

Nadie duda de que en cualquier ley puede haber errores que el tiempo y la práctica deben mejorar. La ley de Violencia de Género tiene múltiples objetivos e instrumentos que no han sido convenientemente puestos en marcha, fundamentalmente aquellos destinados a dar protección social y económica a las víctimas. Es un buen instrumento pero no es una ley intocable, ni debe haber intangibles en un sistema democrático.

Si la intención del juez Serrano hubiera sido mejorar la ley hubiera comparecido con argumentos, datos y propuestas, pero su contribución ha sido una andanada ideológica contra el principio de igualdad. El juez no aporta datos, pero cuestiona las estadísticas existentes, a las que califica de manipuladas. Afirma que una gran parte de las denuncias son falsas y aporta como único dato que "todo el mundo lo sabe", al tiempo que denuncia que la ley victimiza a los hombres por su condición. Es aquí donde el juez se explaya en sus afectos y pasa a ser un frustrado novelista decimonónico. En su primera comparecencia, celosamente disimulada después, el juez nos dice: "Un padre que llega a su casa y su mujer está en el balcón, con su nuevo amante, que lleva su albornoz, juega con el mando de su televisor, con su juego de pesas... ese hombre que igual lleva unas copas, porque le han hundido la vida... es un hombre que se siente ofendido... será acusado de maltratador". La escena no puede ser más reveladora: ¿acaso la mujer tiene derecho a rehacer su vida? El juez -que es astuto-no ha dicho que el maltrato esté justificado, pero el relato melodramático empuja al espectador a ponerse inmediatamente de parte de ese hombre al que han hundido la vida frente a la mujer arpía que disfruta de "su" casa y de su nuevo amante.

No acaba aquí el relato del novelista Serrano, sino que añade: "Ese hombre al que detienen como maltratador, que se siente ofendido, hundido... tiene que suicidarse". El círculo dramático se cierra bruscamente: las mujeres son culpables de los suicidios masculinos. La víctima se ha vuelto verdugo y el verdugo un tierno angelito indefenso, empujado a hacer el mal que no deseaba y a su inmolación posterior. Y retoma su reflexión pseudocientífica: el número de suicidios masculinos triplica los femeninos como consecuencia de la victimización del varón promovida por esta ley.

Miente y lo sabe. Tengo ante mí los datos de suicidios desde los años 80 hasta la actualidad y los porcentajes por género permanecen prácticamente inalterables: el 75% de los suicidios son masculinos frente al 25% de víctimas femeninas, preferentemente personas mayores de 60 años. Pero nada importa a los que "van con la verdad por delante" y dicen "lo que está en la calle", porque lo que realmente interesa es divulgar nuevas leyendas urbanas que pongan límites a la libertad. Y un día de gloria para el novelista.

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