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Reportaje:

El polvorín trágico de Cádiz

Un estudio atribuye a una negligencia de la Armada la explosión de 1947

Ana María Salinas era una jovencita de 15 años. "Me ardió el pelo y la ropa. Me quedé casi desnuda". Es un recuerdo intenso. Es lo que sufrió en la noche del 18 de agosto de 1947. Había explotado la base de defensas submarinas en el actual barrio de San Severiano de la capital gaditana. Cádiz se envolvió en una nube roja. Edificios enteros cayeron, las murallas de la ciudad frenaron la onda expansiva hacia el centro pero eso no evitó la muerte de 147 personas y miles de heridos. 62 años después, en el mismo sitio, Ana María volvió a recordar.

La explosión de Cádiz forma parte de la historia negra de España y ha estado envuelta siempre de un gran misterio. Sobre ella han girado todo tipo de teorías conspirativas. El profesor José Antonio Aparicio acaba de publicar La noche trágica de Cádiz (Diputación de Cádiz, 2009), un libro en el que deshace las leyendas y sostiene, mediante una exhaustiva investigación con documentos y archivos militares inéditos, que el polvorín estalló a causa de una reacción química que provocó la descomposición del material perecedero de los explosivos que allí se almacenaron. "Fue un accidente, una negligencia. No hubo una causa externa", sostiene Aparicio para desterrar las hipótesis del atentado.

La base de defensas submarinas nunca debió albergar esos explosivos
"Me ardió el pelo y la ropa. Me quedé casi desnuda", cuenta una víctima

La base de defensas submarinas nunca debió albergar esos explosivos. Es la conclusión del libro tras comprobar que tres informes previos, el primero cuatro años antes del suceso, el último sólo un mes antes, ya alertaron de que ese polvorín suponía un riesgo evidente para la población. Aparicio relata que en el año 1942 esa base empezó a recibir munición comprada por el régimen franquista a Alemania e Italia. "La idea era minar las costas andaluzas con 16.000 explosivos para un posible ataque contra España en la Segunda Guerra Mundial. Al final se acumularon 2.228 minas pero no fue necesarias utilizarlas, así que se quedaron en Cádiz", recuerda el investigador.

Aparicio ha cifrado en 147 los muertos, aunque otros balances hablan de 149 ó 152. El número de heridos es todavía más impreciso. Baila entre los 5.000 y los 10.0000. "Lo que es seguro es que hubo más de un millar de heridos graves que requirieron hospitalización durante más de 24 horas". El profesor ha podido poner nombres y apellidos a los muertos. "No hubo fosas comunes como algunas veces se ha contado. Todos los fallecidos fueron identificados e incluso fotografiados", rememora Aparicio. Quizá el principal símbolo de la tragedia fue la Casa Cuna, uno de los edificios más dañados con la explosión, donde vivían los huérfanos de la ciudad con las monjas que les cuidaban. A una de ellas le tocó reconocer uno por uno los cadáveres antes de enterrarlos. Cuenta Aparicio que en los escombros de ese hospicio apareció indemne una pizarra en la que se podía leer todavía: Hoy, 18 de agosto. Los progresos de la civilización sólo contribuyen a la invención de armas que destruyen la humanidad.

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La tragedia no se olvida en la ciudad porque todavía sobreviven muchos relatos vivos de la explosión. "Más que el régimen franquista, fue la Armada la que intentó minimizar la tragedia de Cádiz. No quisieron nunca reconocer la negligencia cometida", explica el profesor.

Su investigación está dedicada a las víctimas y a los supervivientes, a los que corrieron a la playa a la espera del amanecer temiendo otra nueva explosión. Entre ellas, estaba Ana María Tolosa. Recuerda que estaba castigada con su hermano. Oyó una explosión y luego se impuso un macabro silencio. El jardín empezó a arder y las llamas alcanzaron su ropa y su pelo. El perro les indicó donde estaba la gente bajo los escombros. Salvaron a su hermana y sus tíos. Durante años temblaba cuando veía a alguien encender un cigarrillo. 62 años después de todo aquello confiesa que ha superado su miedo al fuego.

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