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Columna
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El tedio del poder

El poder aburre. De ahí que, al igual que el diablo cuando se aburre mata moscas con el rabo, los alcaldes cuando se aburren se hacen senadores, diputados o parlamentarios. Los alcaldes del PP en Andalucía llevan desde el año 1995 ganando las elecciones municipales en sus respectivos Ayuntamientos con cierta desgana y cansancio por la ausencia de contrincante, por lo que es lógico que algunos se apunten al gran festín de poder que se espera tras las elecciones generales.

A una veintena de regidores del PP, a una treintena de concejales y hasta a un presidente de Diputación se les ha quedado pequeño el traje de entresemana y han decidido salir del armario municipal para alistarse al pluriempleo público. Se acabaron los alcaldes funerarias, esos que decían que estaban 25 horas de servicio en su pueblo; o los ediles con dedicación exclusiva. Demos la bienvenida a la conquista del futuro con los regidores smartphone, políticos con la capacidad de los teléfonos inteligentes: especialistas en multitarea.

Dejemos ya esa antigualla de un político un cargo y apostemos por políticos de ventanilla única, con el que se pueda tramitar una licencia de obras para tu casa, una iniciativa en el Senado o una enmienda en el Parlamento europeo. Si un dirigente que no ha sido votado por nadie puede ser director general de la Marina Mercante un día y al día siguiente secretario de Estado de Cultura, quién debe cuestionar que un alcalde, elegido mayoritariamente por tantos vecinos, no pueda ser varias cosas a la vez.

Vivimos malos tiempos para ser alcalde. Han pasado de gestionar millones de euros procedentes de las licencias urbanísticas, a administrar deudas. Se han convertido en unos pedigüeños y no tienen dinero ni para nóminas ni para levantar aceras ni para dar subvenciones ni para ferias ni para otros aderezos de la gestión. Sencillamente, se aburren en sus despachos sin proyectos faraónicos que levantar, sin edificios emblemáticos que construir y lo que es peor, sin institución con la que enfrentarse, sí, como todo hace indicar, tras las generales y las autonómicas, los gobiernos terminan siendo de su mismo partido. ¿Con quién pelearse a partir de ahora? ¿A quién se le echa la culpa de lo que pasa?

Hay demasiados alcaldes que acaban de empezar un nuevo mandato y ya les sobra tiempo para otras cosas. Su ciudad se les ha quedado pequeña. Con el boom de la construcción, hicieron lo posible por hacerlas más grande. Ahora, en época de penurias, han decidido hacerse más grande ellos. Ya están cansados de que sus compañeros de partido se aprovechen del tirón que ellos tienen en sus ciudades para que otros puedan ir al Congreso y al Senado. El cargo para el que se lo curra.

Para un alcalde, el Senado es como una segunda residencia. Un lugar donde descansar del mundanal ruido un par de días a la semana. No se trata de una elección personal, es una obligación moral. Ninguno quería, pero se han visto obligados. El deber les llamó y ellos mismos se apuntaron. Hay que dignificar el trabajo de la política. Viajar y ver mundo. En definitiva, salir de las cuatro paredes de los despachos y zafarse de tanto contacto con los ciudadanos, no vaya a ser que los ciudadanos acaben hartándose de verlos tanto. Un alcalde no puede tener su futuro es un único cesto. Necesita un par de asideros, que luego llega una renovación generacional cualquiera y si te he visto no me acuerdo.

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Los alcaldes al Senado, los concejales al Congreso, los presidentes de Diputación al Parlamento Europeo, que va a haber cargos para todos y algunos pueden hasta repetir. Ya haremos cuenta. El sueldo de una institución, la dieta de otra, la asistencia a las sesiones de una distinta y un móvil para hablar con el alcalde y otro para hacerlo con el senador. Y el diablo que no se aburra, que cualquier día, en vez de moscas, mata ciudadanos con el rabo.

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