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Reportaje:

Unos viñedos clandestinos

La Alhambra recupera los huertos nazaríes que abastecían a sus habitantes

La Alhambra no deja de deparar sorpresas. Como pequeñas réplicas de un terremoto, sus secretos se asoman cuando se inicia una nueva investigación. Hace unas semanas los restauradores descubrieron que en sus paredes habían sido representadas figuras humanas, algo poco habitual en el arte islámico. Ahora los científicos han podido confirmar que sus habitantes bebieron vino, aunque fuera de forma clandestina. Se trata de otra práctica prohibida por el Corán, lo que ratifica lo que ya se intuía. El reino nazarí no llevó a rajatabla la ley coránica. "Hay que tener en cuenta que estuvieron en contacto con los cristianos, que se trataba de un pueblo fronterizo", explicó María del Mar Villafranca, directora del Patronato de la Alhambra y el Generalife, satisfecha de que aparezcan nuevos datos sobre la vida entre las paredes del monumento.

Los mil residentes del monumento bebieron vino, aunque en secreto
En las fincas había plantadas habas, melones, cítricos y melocotones

Muchas veces la anécdota se convierte en protagonista. Es el caso de la historia de los huertos de la Alhambra, situados entre el paseo de las Torres y el Generalife. En el siglo XIII comenzaron a emplearse para abastecer a los habitantes del palacio. En sus cuatro fincas, que ocupaban un total de seis hectáreas, se plantaban especies típicas del mundo musulmán: alcachofas, habas, melones, melocotones e incluso críticos, en especial uno poco habitual en la Península Ibérica, conocido como cidro, que es parecido al limonero pero cuyo fruto es similar a la lima.

A lo largo de los siglos las fincas fueron cambiando de manos. Hasta 1921 el Generalife pertenecía a particulares y los huertos se cultivaban. Después, al ser propiedad del Estado la situación cambió. Dejaron de cultivarse y se fueron deteriorando: los árboles frutales envejecieron, la maleza comenzó a cubrir la tierra que antes había mostrado una fertilidad asombrosa y las acequias fueron arañadas por el tiempo hasta derramar el agua y resultar inservibles.

En 2002 el Patronato de la Alhambra decidió recuperar los huertos y puso al frente de esta tarea a Rafael de la Cruz, jefe de Jardines y Bosques del monumento. "Estudiamos el tipo de cultivos, el manejo del agua en las conducciones de la época, las diferentes técnicas agrarias...", comenta sobre una tarea en la que ha tenido como aliados a la Universidad de Córdoba, la Escuela de Estudios Árabes de Granada, el Banco de Germoplasma de Andalucía y los Botánicos de Córdoba y Castilla la Mancha.

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A la vez que se realizaban las diferentes investigaciones, se comenzó la intervención en los huertos, devolviéndole el aspecto y el esplendor que tuvieron un día del siglo XIV, cuando se explotaban a máximo rendimiento para alimentar a mil personas que habitaban en el recinto de la Alhambra. "Los huertos tienen el valor de su autenticidad. Los hemos recuperado y pronto podrán ser visitados", explica la directora de la Alhambra. Aunque no pueda accederse a ellos todavía, sí que pueden verse desde diferentes puntos del monumento, y apreciarse cómo avanzan sus trabajos agrícolas.

Durante las diferentes catas que se realizaron en la tierra para determinar qué especies habían sido plantadas durante la época nazarí, fueron recogidas semillas. Después el laboratorio alertó de que algunas de ellas eran fruto de la polinización de vides. Saltó la alerta y la curiosidad fue tan ágil como la pregunta que recorrió los cerebros de todos. "En la Alhambra se bebía vino, claro que sí. Hay referencias históricas que lo confirman en diferentes textos de la época que presentaremos más adelante. Es evidente que se hacía de una forma clandestina. De los viñedos se sacaba mosto, pero también se dejaba fermentar la uva. Además, fueron plantadas un tipo de uvas que son mejores para el vino que como fruta en sí. No era una actividad pública pero tampoco desconocida", asegura Rafael de la Cruz.

La historia del vino, la imaginación que adorna las estancias de la Alhambra con hombres gruesos, tumbados en sus lechos mientras el vino recorría sus bocas y sus barrigas bajo la medialuna de un imperio mágico, esa mitología pagana inundando los rincones más sagrados de la Alhambra, desvía la atención de los huertos y la devuelve a los palacios, aunque sea por un instante. Después, uno puede asomarse a la torre de las infantas, donde difícilmente bebieron vino las tres jóvenes que la nombran, y ver los huertos nazaríes que abastecían a la corte sin depender excesivamente de otros mercados. Precisamente esos huertos son unas de las mayores aportaciones de los árabes de Al-Andalus gracias a la extensión de especies como las espinacas, las moreras, los almendros o las propias granadas, que acabaron por dar nombre a la ciudad.

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