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Columna
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El voto duro

Todo hace indicar que en las próximas elecciones municipales los ciudadanos vamos a tener un buen número de alcaldes imputados para poderlos elegir. De momento, ni un solo partido político ha anunciado su intención de no llevar en sus listas a candidatos inmersos en procesos judiciales, lo que deja en manos de los jueces el cierre de las candidaturas electorales en demasiados municipios. Como aún queda seis meses para la cita con las urnas, puede que a algún candidato le pille la inhabilitación con los carteles ya en la imprenta y su partido tenga que cambiar todo el dispositivo de campaña de la noche a la mañana. Los dirigentes deberían saber que no es agradable afrontar unas elecciones tragándose el sapo nuestro de cada día.

Es tan importante saber los candidatos que un partido pone al frente de una lista como los que está dispuesto a quitar. Es más, hay más ética en un descarte que en una inclusión. Y más política. En las municipales de 2007, en Andalucía, un total de 40 alcaldes implicados en causas judiciales encabezaron los carteles electorales en sus respectivos municipios. 30 de ellos repitieron victoria. Para los próximos comicios la suma de imputados puede ser escandalosamente mayor y el cambio de actitud de los partidos escandalosamente menor. Todo parece indicar que están dispuestos a repetir la experiencia. Cualquier cosa para repetir los buenos resultados obtenidos hace cuatro años.

La actitud de los partidos políticos contra la corrupción es de tal nivel de hipocresía que no solo amenaza con arruinar la reputación de los propios políticos, sino que continúa minando la confianza de los ciudadanos en las instituciones. El desapego hacia los políticos está vaciando las urnas, por eso las elecciones las dirimen cada día más votantes que no razonan. En Sudamérica se denomina voto duro al voto incondicional y ciego. Un voto que tiene mayor incidencia en el resultado cuanto mayor es el nivel de abstención. Por eso, ahora los partidos se la juegan, no con los ciudadanos más críticos e informados, sino con sus, ya afines, militantes y simpatizantes. Se trata de llegar a las elecciones garantizando un importante suelo de voto duro, ya que el voto indeciso no es indeciso por desconocer todavía a quién votar, sino por decidir si acude o no a votar.

En el debate político ya no hay ideas o compromisos responsables que ofrecer a los ciudadanos, sino el discurso que esperan los convencidos. Sin esta premisa, nadie podría entender la respuesta de los partidos frente a la corrupción. En realidad, no es ninguna respuesta. Solo una de las tantas consignas que se destinan en exclusiva a los adscritos. Víctor Lapuente, profesor universitario experto en temas de corrupción, afirma que los políticos corruptos exitosos electoralmente son aquellos que, cuando llegan al poder, no llegan solos, sino que son capaces de colonizar la Administración con una red clientelar. Lapuente sostiene que las instituciones públicas más proclives a la corrupción son aquellas en las que más empleados deben su cargo a un nombramiento político. Está más que acreditado que un sistema corrupto tiene una enorme capacidad para generar voto duro.

Una democracia donde los partidos hacen sus cálculos bajo la premisa de que la corrupción no le pasa factura en las elecciones, está herida de muerte. Como lo está una sociedad donde un alcalde imputado por corrupción es aclamado por sus vecinos cuando sale en libertad condicional después de pagar una fianza. Pero hay algo peor todavía para la democracia. Cuando un alcalde imputado se presenta a las elecciones y obtiene mejores resultados de los que tenía antes de ser detenido por la policía, la democracia entra en coma. Y lo peor, se trata de un coma inducido, ya que los dirigentes del partido que están detrás del candidato creen sin fisuras que la victoria en las urnas le exculpa a todos.

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