_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Disparo

EN VER o no ver. La tematización de la mirada en la pintura impresionista (Siruela), el historiador del arte Victor I. Stoichita analiza algunos de los casos más característicos del arte y la literatura franceses de entre 1860 y 1880, en los que se hace patente la transformación revolucionaria en la forma de ver contemporánea. Lo que entonces ocurrió en el cuadro es, por así decirlo, que se amplió y, sobre todo, se complicó el encuadre, de tal forma que se fue integrando en lo visible pintado lo invisible virtual. Se podría alegar al respecto que no hay nada más virtualmente invisible que, por ejemplo, un ángel, lo cual impidió que el exuberante, pero muy morigerado en sus visajes, realista Courbet pintase uno, aunque no al más moderno Manet, si bien éste lo hizo poniendo a un efebo cualquiera un par de alas guardarropía. La modernidad de Manet, de Degas, de Monet y de Caillebotte, por un lado, y de Baudelaire, Maupassant y Zola, por otro, por utilizar los artistas y escritores citados por Stoichita, consistió, en todo caso, en dar sustancia física, corporeidad, a lo invisible.

Remontándonos a los ejemplos de la pintura tradicional, en los que, desde casi la Edad Media, se representa no sólo una determinada acción visible, sino el hecho del mirar, que es una forma inmediata de, en efecto -a través de lo que Stoichita llama "figuras-eco", las que dentro de la composición pintada están mirando lo que en ella pasa-, incorporar al espectador al cuadro, se aprecia el inicio de la sustitución de la magia artística por la racional tramoya dramática que urde cualquier narración visual. Esta desacralización de la mirada fue la que fundó el arte moderno y ha llevado hasta el paroxismo nuestro apetito visual contemporáneo, que sigue su insaciable curso en la parpadeante pantalla en la que no hay nada que no sea inmediatamente visible, ni siquiera un ángel, ni, por supuesto, como le gustaba a Courbet, un buey.

La aportación concreta de los pintores y escritores antes citados consistió en que, al "tematizar la mirada", proclamaron el ensimismamiento visual, a partir del cual ya no se arrastra al espectador al interior del cuadro, haciéndole así partícipe de la acción representada, sino que se interioriza la pintura, de forma que el contemplador de un cuadro es siempre el protagonista absoluto de lo visible; esto es: se convierte en el autor.

La excursión de Stoichita por los preliminares de este festín visual total, en la que la realidad misma se convierte por entero en espectáculo, es muy aleccionadora, en la medida en que estos pioneros acoplaron nuestros ojos a las nuevas posibilidades ópticas de la máquina fotográfica, en la que se borran las diferencias entre lo visto y lo no visto, porque, respectiva y simultáneamente, lo uno remite a lo otro. En cierta manera, la antigua dialéctica sobrenatural entre lo visible y lo invisible se transformó a partir de entonces en el instantáneo parpadeo luminoso, donde el campo visual acotado es sólo duración, tiempo infinito: un disparo necesariamente mortal. Instantáneas. Figuras sin eco. Espectros. Pura fantasmagoría visual.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_